EL RETORNO IMPOSIBLE

Como en un intento vano de recuperar aquellos instantes que marcaron nuestras vidas, regresamos a los lugares donde un día fuimos felices. Nunca ha existido una empresa emocional más arriesgada que esa. El tiempo es un segador silente que va despejando los campos de sueños y nos hace creer falsamente que, los lugares, las personas, los acontecimientos, aún siguen latiendo como cuando fueron recorridos por nuestras "almas" la primera vez. No es así. Nada de lo que antaño decoró nuestras vidas con breves instantes de felicidad es ya igual. Los rostros que abrigaron juventud son una cruel caricatura del destino cuando pretenden decirse "Aún somos jóvenes". Los momento de pasión, de embriaguez sentimental y sensual se esfuman en las siluetas perdidas de las noches sin luna. Pero, lo más cruel, es que nosotros, los de entonces, hemos roto el espejo de las ilusiones al intentar buscar en nuestra mirada, en la imagen que nos devuelve, la desvanecida juventud. Tal vez pensemos "El tiempo pasado no fue mejor". Eso no es lo relevante. Lo verdaderamente cruel para nuestra insignificante condición humana es que ya no existe. El recuerdo de las cosas bellas es un poderoso aliado que nos reconforta pero no nos consuela. Hemos apurado la vida en la incandescente juventud y, al mismo tiempo, la vida nos ha ido apurando a nosotros con una crueldad apenas perceptible. Lo hermoso jamás se llena de polvo en el desván de nuestra memoria, pero va adquiriendo un barniz cada vez más denso e impenetrable. Sobre la ruinas de todo aquello que ha dejado de ser hay una llama que oscila suavemente al correr de los días.



Puente del Camino de Santiago a las afueras de Pontesampaio.
Hoy desaparecido.

FOTO DE JULIO MARIÑAS


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