"FUEGO FATUO". EL MEJOR LOUIS MALLE.

         “Fuego fatuo”. No podía estar mejor elegido el título para narrar el descenso de un hombre maduro a las profundas cavernas de su “yo” más inalterable. Los fuegos fatuos que, en la infancia -cuando la oscuridad de los cementerios era mayor al carecer de un alumbrado nocturno intenso como ahora- se podían observar en las mágicas noches de Galicia; parece que son debidos a las sustancias, sobre todo fósforo, que liberan los cadáveres en descomposición. Otros dicen que su origen está en las sales de calcio que liberan los huesos. De cualquier manera, la explicación científica no es relevante en este caso. Decía que el director francés Louis Malle empleó este término para una de sus películas más interesantes. “Le feu follet” es un film lleno de frases profundas y contundentes.


    Basada en una novela corta escrita por Pierre Drieu La Rochelle en 1931 -que por cierto se suicidaría en 1945- nos cuenta los últimos días de un hombre desencantado de la vida que decide suicidarse. En este camino sin retorno, visita a sus amigos y amores pasados, sin conseguir reconocerse en ellos. Si en “Ascensor hacia el cadalso” -otra de las grandes películas de Malle- este acertó con la música de pleno al elegir al trompetista Miles Davis para hacer la banda sonora de la película. En Fuego fatuo acertó de pleno eligiendo la música de Satie. Cuentan que la música de “Ascensor hacia el cadalso” fue interpretada en una noche de 1957  por Miles Davis a la trompeta, René Urtreger al piano, Pierre Michelot como contrabajista, Barney Wilen al saxo y la batería de Kenny Clarke. ¡Como tocaban los angelitos!


    Bueno. Estábamos con “Fuego fatuo”. Resulta que, parece ser, la idea le vino al director después de que un amigo periodista le dijese que se iba de viaje y lo encontraron muerto en una habitación de hotel. Pero, en este caso, no me interesa tanto el tema del suicidio en si; sino la visión que el personaje que encarna el actor Maurice Ronet – que perdió 20 kilos para el papel- tiene en sus últimos días de vida. Cómo ese personaje llamado Alain Leroy contempla a los seres que han formado parte de su vida. El amigo, que ha encontrado en escribir un trabajo sobre Egipto su pasión; o el otro que pasa sus días en las reuniones de la alta sociedad; las amantes que, aunque ellas quieran y él lo intente, son imposible de “alcanzar”. La niñez perdida cruza por la película en forma de niños corriendo y jugando. La juventud imposible de recuperar pasa en las bellas mujeres que observa y lo observan. Nada es igual para él. Ha perdido la esencia de las cosas que un día significaron mucho. Conoció el amor, el deseo, la amistad. Tuvo ilusiones, pero ahora esta vacío y siente que ha perdido demasiadas cosas a lo largo del camino. Cosas que, sabe, jamás podrá recuperar. Esta necesidad del ser humano por crear vínculos afectivos y metas alrededor de las cuales llevar acabo su existencia, hace que la paulatina perdida de aquellas cosas que consideramos un día inalterables, nos vayan sumiendo en una situación de desencanto. Viene a mi mente la inolvidable película de “El nadador” interpretada por Burt Lancaster. Basada en un relato corto del escritor John Cheever, nos muestra un personaje contrario al expuesto por Louis Malle. En este caso, es un hombre maduro que, en una metáfora de retorno vital, quiere volver nadando hasta su casa, atravesando las piscinas de sus vecinos. En el camino encuentra amigos y amores, pero, al contrario que el protagonista de “Fuego fatuo”, lo hace con la esperanza de que entiendan su interés de reorganizar su existencia. Es un personaje más iluso que el de la película francesa. 

    El Alain Leroy de Malle, es un desengañado de la vida, y contempla con desolación lo lejos que está de todos aquellos que compartieron sus mejores momentos.
En resumen, contempla lo lejos que está de lo que fue y nunca podrá volver a ser. Es cierto lo que alguien dijo: “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. Pero no es menos cierto que “La vida vivida es un enfermedad que también puede ser letal”. Porque, a veces es posible curar las heridas del cuerpo; pero las del alma son incurables.




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