MANUSCRITO ENCONTRADO ENTRE LAS HOJAS DE UN LIBRO ANÓNIMO

Hola ...
    ¿Recordáis el tiempo oscuro en que transitamos parajes prohibidos?
    Espero que no lo hayáis olvidado. Eran profundas grutas con innumerables bifurcaciones. Pero siempre terminábamos encontrando la salida. Entonces nos esperaba la luz. Esa luz que hoy parece un espejismo, pero entonces era real. Teníamos la edad de la insolencia y el tallo de una flor roja siempre entre los labios.
    A veces hay miradas que cruzan mi camino en las bulliciosas calles de las ciudades rotas por los sueños que no cumplimos. He querido atrapar la esencia de los momentos en que las yemas de mis dedos rozaron vuestras formas vestidas, desnudas, etéreas. Pero sólo encontré vacío y soledad.
Pintura Julio Mariñas
    Todos éramos tan locos entonces. No existía la palabra mañana. Renegamos de las cadenas que los guardianes del camino tenían preparadas. Pero, sin quererlo, nos fuimos envolviendo en los hilos de seda de placer, el éxtasis prohibido.
    Espero que os acordéis de aquel romántico que cantaba al pie de vuestros balcones cubiertos de enredaderas. Espronceda y Bécquer custodiaban las palabras que dije en aquel tiempo. O al carnal recitador de Neruda y sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” que fui más tarde, mientras bailamos bajo las estrellas. Y acaso no hayáis olvidado aquellas tardes calurosas en las frías aguas de charcas en ríos que, hoy ya no podría encontrar.
    ¿Lo recordáis? Entonces, ver amanecer era una nueva esperanza al placer que nos embriagaba, a las sonrisas sin dueño, a las miradas que rasgaban las delicadas cubiertas de nuestras almas soñadoras.
   

Dibujo de Julio Mariñas


Aquellas lejanas noches que fueron tan mías y tan vuestras. Se derramaba el néctar de los dioses sobre nuestros cuerpos desnudos y aferrados. Cada acto era un libro que iniciábamos y guardábamos en nuestro arcón de soledades.
    En la línea mortal del horizonte, donde la infinita catarata del impulso primero vierte su incesante caudal de amor y desengaño, los recuerdos se precipitan continuamente en un ciclo sin fin e inalterable.
   ¿Recordáis el tiempo en que caminamos  por senderos de tierra húmeda? Aún tengo el lodo de aquellos caminos en las botas que habitan los desvanes. Siempre hacia delante. Tan solo volvía la vista atrás, para ver como crecían las flores sobre las huellas de vuestros pies de ninfas. ¡Cuánto amamos la música y la poesía!
    Un día la maleza invadió los caminos transitables y el tiempo ajó la faz de los verdes prados. Dejamos de sumergir nuestros cuerpos en las aguas marinas y el gusto a salitre en nuestras bocas se fue diluyendo lentamente.
    El mundo interior del ser humano es siempre incompatible con el entorno exterior que acoge su existencia. Un eterno conflicto entre el decir y callar, entre olvidar y recordar, entre lo real y lo ficticio. Un eterno conflicto cabalga sobre los hombros del que ha libado el néctar de los vergeles sin dueños y sin centinelas.
    ¿Lo recordáis? Fue el tiempo de la ilusión que abrasaba los sentidos. Un tiempo al que, cuando uno hace las maletas y camina rumbo a la estación solitaria, nunca se puede regresar.

Foto y dibujos de Julio Mariñas

 

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