DE LA AMISTAD Y LA JUVENTUD – A mi amigo Jose Alonso (alias “Cunca”)
Hace
algún tiempo que ocurrió. Para qué decir fechas. Era el tiempo de
verano; cuando viajábamos de pueblo en pueblo, y cada lugar era un
pequeño mundo por descubrir. Al caer la noche navegabas la ría y el
mar era una segunda casa donde buscar el sustento. Yo leía libros y
soñaba con princesas encantadas. Bueno, no hicimos mala combinación
cuando pisábamos los prados verdes de remotas aldeas que descendían
hacia arroyos de aguas cristalinas. Los curtidos paisanos daban la
bienvenida a la Banda de Música cuando el día apenas despuntaba, y
las jóvenes sonreían al compás de veladas en remotas aldeas. Tú
eras un marinero pobre y yo un pobre estudiante. Eso no ha cambiado
demasiado. Seguimos casi igual, pero más ricos en experiencias. Las
que dan el paso de los años a fuerza de romper las olas de los días
sobre nuestras vivencias. Alguna vez tuviste que aguantar mis
historias de amor no correspondido. Y mientras la orquesta de turno
cantaba canciones para un sueño, apedreamos muros en la noche
callada, como diciendo al mundo “¡Somos jóvenes!” Bajo la
lluvia de calles estrechas y empedradas mojamos nuestro uniforme de
músicos cansados. Hoy, el ébano y el metal que tantas veces
hicimos sonar en palcos ya derruidos, descansa en el desván de las
cosas eternas. ¿Dónde estarán todas aquellas mejillas donde
apoyamos el ánimo entre música y música? ¿Dónde las cinturas que
nuestras manos adolescentes abrazaron con ansia? ¿Dónde las caderas
que oscilaban sensuales? En muchas ocasiones veíamos amanecer sobre
las montañas de verdes esperanzas. Parece que hace apenas unas horas
que abandonamos el autobús que nos dio el cobijo mientras soñábamos
en cada carretera. El día parecía no existir. La noche era perfecta
aliada para intentar descubrir los secretos de las jóvenes que,
desconfiadas, bailaban en las horas detenidas. En este agosto pleno y
ya maduro, evoco los instantes en que bebimos la vida y también
alguna que otra copa de tabernas donde escotes generosos nos servían.
Todo es silencio en los torreiros polvorientos. Las luces apagadas.
Siento de nuevo esa sensación de antaño, cuando subía las
escaleras de mi casa y, después de horas de verbena y vida, el
silencio era como una losa sobre mi cabeza. Fue un tiempo de vivir la
esencia de la belleza y eternas melodías. Un tiempo que hoy se posa
suavemente sobre la mesa donde escribo, y me hace sonreír al
recordar nuestra amistad y todas esas cosas que hemos vivido cuando
la juventud caminaba en los días de veranos como este, que hoy se
mece entre lo vivido y aquello que deseamos y jamás conseguimos. Por
todas aquellas gentes que encontramos en el camino, por las jóvenes
dulces de las que nunca más supimos, por nuestra amistad son las
palabras que hoy pienso y escribo.
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