FRANÇOIS TRUFFAUT – LOS DULCES SUEÑOS Y LA CRUDA REALIDAD (PARTE I)
Con motivo de mi próximo viaje a París, he vuelto a ver la filmografía de François Truffaut. Como siempre, encuentro en este cine, tan francés y al mismo tiempo tan universal, toda la sencilla maestría de uno de los grandes directores de la historia de séptimo arte. El “enfant terrible” de una generación de apasionados por el cine que, a pesar de su carácter rebelde y contestario, lo acogió con los brazos abiertos. Godard, Rohmer y otros muchos, entre los que destacaría André Bazin, fueron de gran ayuda al muchacho de infancia complicada que había sido François Truffaut; salvado de una vida gris, gracias a su pasión por la literatura y el cine, por su incansable ansia de aprender y conocer todo lo relacionado con el celuloide. En sus películas, detrás de una aparente sencillez, supo combinar el romanticismo y la cruda realidad, la autobiografía y los sueños, el amor y la muerte, la infancia y la madurez, la pasión y el desamor. Lo hizo tan magistralmente, que su cine no ha envejecido. Posee la frescura de la obra de arte imperecedera. Cuando observamos en “Los cuatrocientos golpes” la rebeldía de Antoine Doinel encarnada en el actor Jean-Pierre Léaud –alter ego a la medida de Truffaut-, volvemos a instantes de nuestra niñez en que sentíamos la incomprensión de un mundo adulto, ajeno a nuestras ilusiones y sueños.
"Los 400 golpes" me devuelven a una niñez rebelde y soñadora. |
Pero sigue siendo esa carrera del muchacho que huye de su reclusión, la que encoge el espíritu; porque nos hace ver que, en cada paso que Antoine da, se va alejando de la inocencia, de la niñez que no regresa. Es ese mar con el que se encuentra, uno de los más desasosegante finales de la historia del cine. Antoine Doinel moja sus pies en el agua y sabe que no puede atravesar la inmensidad del océano. Entonces se gira hacia el interior y, ese plano fijo, que es el último de la película, donde la mirada se pierde en el vacío, es una mirada hacia el interior de nosotros mismos, invitándonos a la reflexión.
En su segunda película, "Tirez sur le pianiste”, vuelve a poner de manifiesto una originalidad insuperable. Siendo un homenaje a las películas americanas de serie B que tanto gustaban a Truffaut, tiene el sello personal del director. Relativizar los hechos trágicos, mostrarlos como algo natural y sin grandes llantos ni crujidos de dientes, vuelve a ser la tónica general de la película. Si meditamos detenidamente en los hechos que suceden –desde un suicidio, pasando por un asesinato involuntario, hasta la muerte de una inocente en un tiroteo-, nos percatamos de que son trágicos. Sin embargo, Truffaut tiene la maestría de mostrárnoslos con un toque, no me atrevería a decir de humor, sino de naturalidad, que los hace diferentes. La escena en que los secuestradores mantienen una animada charla sobre la ropa interior de las mujeres con los secuestrados, es una estupenda combinación de humor y tensión bastante peligrosa para los protagonistas. A pesar de todo, no existe la superficialidad en la película. La épica muerte de la joven en la nieve, nos da una dimensión de la crueldad que subyace en la historia a la que estamos asistiendo.
Comentarios
Publicar un comentario