UNA INFANCIA Y JUVENTUD DE CINE

    El primer recuerdo cinematográfico tengo que agradecérselo a mi madre que, cuando apenas tenía ocho años, me llevo por primera vez ante la gran pantalla. En el cine Avenida proyectaban como siempre un programa doble en sesión continua y una de las películas era “Los crímenes del museo de cera”.
    El impacto que causo en mi, la extraña mezcla de miedo y fascinación por lo desconocido; la cara de Vicen Price surgiendo deformada entre las sombras hizo que, sin darme cuenta, el cine entrara en mi vida para nunca más abandonarla

Recuerdo el primer número del TP con
“El fugitivo” en la portada.
Hojeé muchas veces aquellas primeras
revistas sobre televisión. Entre sus páginas
había una que mostraba esta cara de
Lon Chaney -el hombre de las mil caras,
actor para mi desconocido entonces- en
“El fantasma de la ópera”.
Creía estar viendo la propia muerte.
Una y otra vez abría la revista en una
relación de amor-odio con lo siniestro.


     Las películas de terror, aunque entonces no tenía conciencia de ello, eran, en su mayoría, verdaderas obras maestras que en su argumento, aparentemente sencillo, llevaban un trasfondo que calaba hondo en el espectador y movía algo en su  interior.


    Boris Karloff y su mirada dura y nostálgica a la vez, dio al monstruo de Frankestein una dimensión humana que hizo que el público sintiese miedo y compasión hacia la bestia creada por un ambicioso científico con ansias de poseer el poder de crear vida a partir de lo inerte. Basada en la estupenda novela de Mary W. Shelley, cuya lectura años más tarde haría volar mi imaginación.
    Desde entonces, el hombre aun sigue buscando la clave de la vida, la formula de la eterna juventud, el detener el imparable proceso de oxidación celular. ¿Lo conseguirá?


    Un buen día hizo acto de presencia en la pantalla el hombre lobo. Pero a los niños españoles de mi generación no sería el monstruo de la Universal el que más huella dejaría en nuestra infancia y adolescencia, sino uno más cercano interpretado por Paul Naschy en películas de serie B que hoy son consideradas de culto para los amantes del género. El actor, a pesar  que en los últimos años sería premiado en todo el mundo por su contribución al cine de terror, nunca sería reconocido de todo en España. Trabajo en más de cien películas y escribió muchos de los guiones de las películas de terror que protagonizó.



    Con el hombre lobo llega el erotismo al terror. La persona más normal, si es víctima de la maldición, puede transformarse en un devorador insaciable. En su interior luchan el bien y el mal de manera brutal.


Algunas películas envolvían tanto al espectador, que parecia estar dentro de ellas.





Un hombre lobo insaciable lucha contra
unas vampiras que el director Klimovsky
dota de más sensualidad utilizando la
cámara lenta en las escenas de acción







Siempre observaba el cartel en el
gran salón que daba paso a la entrada a
la sala de cine en el Palermo.
Por fin llego un día en que la proyectaron.
La poca gente que había en el cine, ayudó
a aumentar el miedo que sentí.






El cinismo y la perversidad del Dr. Jekyll
provocó en mi mucho más desasosiego que la
ferocidad del Hombre lobo









Película escrita por JacintoMolina
(Paul Naschy) que he descubierto
tardíamente, pero merece la pena recordar.




    Un buen día surgió en la pantalla un espigado actor inglés de 1´95 metros, vestido de negro y sus ojos ensangrentados invadieron la pantalla. El cine se lleno de indefensas jóvenes de pechos voluptuosos que eran atacadas en la penumbra de sus habitaciones sin poder oponer resistencia al hechizo de vampiro llamado Drácula.
    Junto al mencionado Christopher Lee, un Peter Cushing que lucharía contra él con todos los medios posibles. La Hammer comenzó así una serie de películas que harían las delicias de los niños que íbamos al cine. Aún hoy, no sé que me provocaba más fascinación; si el enigmático Conde o las voluptuosas jóvenes tornadas vampiresas.
    Recomendar la hermosa novela de Bram Stoker que también dejó profunda huella en mi.



    Pero no todo era terror en la plácida vida de los niños de entonces. Paralelas a estas películas, había otro género que hacia las delicias de los espectadores infantiles; eran las llamadas “Películas de vaqueros”. La trama era sencilla. Unos vaqueros malos sembraban el pánico en el pueblo de gentes humildes hasta que llegaba “el chico de la película” y le daba el correspondiente correctivo que solía ser una ración de disparos casi siempre mortales. La otra variante era que unos indios muy malos atacaban las diligencias pero el séptimo de caballería se ocupaba de exterminarlos convenientemente.
    En un análisis simple podíamos considerar entonces aquellas películas como un mero divertimento –y muchas lo eran- pero, al correr del tiempo se ha visto que un gran número eran excelentes muestras de buen cine, y algunas incluso obras maestras. Grandes actores que son ya mitos del cine las protagonizaban e invadían la pantalla con un carismas y un magnetismo que no se ha vuelto ha repetir.













    John Wayne que, cuando protagonizaba estos Westers ya hacía tiempo había dejado atrás su etapa de extra y su juventud, siempre se me pareció a mi abuela.
Era el vaquero que inspiraba confianza, “El hombre tranquilo”. Su forma de andar de una desgarbada elegancia, la media sonrisa que insinuaba “Nunca me fiaré del todo de un tipo que lleve revolver” lo hacia un icono del cine de vaqueros. Si además, el que lo dirigía era el gran John Ford, lo que surgía era una obra maestra como “Centauros del desierto” o “El hombre que mató a Liberty Balance”. Esta última, algo más que una de vaqueros, nos dejó frases inolvidables, como la que pronuncia “el malo” Lee Marvin cuando le preguntan si es del pueblo. “Yo vivo allí donde cuelgo mi sombrero”
De las múltiples veces que el mítico duelo en O.K. Corral ha sido llevado al cine; Duelo de titanes es sin duda la mejor de todas. Burt Lancaster y Kird Douglas, dos de mis actores favoritos, dieron vida a los personajes inolvidables, en una de sus mejores interpretaciones.

 
Visitar Tabernas es introducirse en el Lejano Oeste.



    Y ya que estamos en ello, hablemos de emociones. Porque, después de ver la película, “Espartaco” sólo podía ser Kird Douglas. En la cima de la interpretación, dos escenas para la eternidad; justo aquellas en las que no habla. Cuando siendo esclavo mira a “Lavinia” con los ojos intensos de amor y deseo. Cuando al final de la película, clavado en la cruz, observa de nuevo a la mujer con su hijo en brazos que le dice: "Mira, Espartaco, es tu hijo. Es libre". Y los ve alejarse resignado a su destino. No se puede ser más grande en la interpretación. Esa película nos dejaría muchas cosas, entre ellas la escena en que Laurence Olivier pregunta a los esclavos vencidos ¿Quién es Espartaco? Y, en el momento que este va a levantarse, lo hace su amigo Tony Curtis y, uno por uno, todos los demás diciendo: ¡Yo soy Espartaco! Es el acto de solidaridad más grande jamás visto en el cine y probablemente en la vida real. Imitado posteriormente hasta la saciedad.


    Por su parte, el cine de aventuras ya no sería el mismo desde que Burt Lancaster impusiera, además de su agilidad física a lo Fairbaks o Flynn, su arrolladora personalidad en películas como “El halcón y la flecha” o “El temible burlón”


    Eso sólo sería el comienzo. La carrera de Burt Lancaster está plagada de películas profundas a medida que fue cumpliendo años. El sarcástico personaje del “El fuego y la palabra” que conquistaba a todos con su verbo fácil.


    Pero un día ocurrió que, viendo la televisión –a veces tiene cosas buenas- descubrí una película de la que no había oído hablar. “El nadador” es la historia de un hombre al que ya la juventud ha abandonado y emprende una búsqueda desesperada de todo aquello que dejó en su camino. La niñez, la juventud, el amor y una vida como todas, plagada de fracasos que intentamos enmascarar auto convenciéndonos de que la felicidad es algo alcanzable.
La niñez perdida

La juventud lejana

    Volverían a trabajar juntos ya muy mayores estos “señores de la interpretación” en una película muy divertida titulada “Otra ciudad, otra ley” que sólo por verlos actuar merece la pena.




La primera interpretación de Burt Lancaster que le llevaría a la fama “Forajidos”






Una de las últimos grandes papeles de Burt Lancaster
“Atlanta City” con Susan Sarandon





    Entonces ocurrió algo inesperado. En una de aquellas tardes de cine, cuando un feroz gorila a lomos de un caballo apareció en pantalla. Una película aparentemente de aventuras, fue la que por primera vez me hizo comprender que el séptimo arte era en ocasiones más que un mero entretenimiento, que, al niño que yo era, podía sobrecogerlo haciéndole pensar, reflexionar sobre el presente y el futuro. Descubrí al otro Charlton Heston, otra presencia en pantalla que, junto con los dos anteriores, se convertiría en el más admirado por mí. Basada en la novela de Pierre Boulle, “El planeta de los simios” sería a partir de ese instante un film que nunca me cansaría de ver. Conmovió el interior del niño  que era entonces y aun hoy sigo meditando sobre la película que es una reflexión sobre el futuro incierto y la humanidad imparable.







Parte de mi niñez aún transita un desolado Planeta de los Simios.


    Después sería Ben Hur en el famoso cine Odeón, quien me descubriría que el cine "de romanos" también puede conmover.



    El mismo Charlton Heston daría vida a Miguel Ángel en el “Tormento y el éxtasis”. Cómo no recordar de nuevo la película cuando tuve oportunidad de contemplar el David en la mágica ciudad de Florencia.



    Pero, si de conmover hablamos, es inevitable la referencia a director de cine Frank Capra y su esperanzadora película “¡Que bello es vivir! Convertida por la televisión en una película de navidad, pero, sin lugar a dudas, una obra maestra de cine, donde todos nos podemos sentir identificados en su protagonista James Steward. Un hombre al que la vida ha hecho abandonar los sueños de juventud, pero, cuando reniega del mundo y todo lo vivido, la voz de su conciencia le dice que hay cosas por las que merece la pena vivir, cosas que creemos pequeñas, pero son la esencia del ser humano.






    No quiero olvidarme de aquellas películas que llenaron de diversión mis días de niñez, con las que, el mundo se veía un poco más ligero. Entre ellas las míticas de Tarzán. Me gustaba especialmente la de “Tarzán en nueva York” El gigantón de Wesmuller con traje saltando por la ciudad en busca de su libertad.




    Aunque fue posteriormente cuando aprecié el gran talento de Chaplin, fueron sus películas en mis tiernos años las que me hacían reír.




    Entonces apareció él. Un tipo feo, no muy alto, mal encarado, fumador. Un modelo de protagonista imposible de pensar hoy en día por lo políticamente incorrecto que sería.






 Y con él, llego ella, Ingrid Bergman. Todo lo opuesto a la vampiresas del momento. Tierna, serena, delicada, dulce. Y “Casablanca” de convirtió en una de las películas que he visto más veces. Plagada de frases míticas: “Tócala otra vez” “Siempre nos quedará París” “Este es el principio de una gran amistad” Y la inigualable escena en que, a un gesto de Bogart, se empieza a entonar la Marsellesa hasta que las voces de libertad tapan a las de los alemanes. Sin duda la película más redonda de la historia del cine.




Recuerdo que fue una noche en casa viendo la tele con mis padres. Una joven rubia conducía en la lluvia. Después era acuchillada en una bañera. Otro terror se mostró ante mis ojos. Blanco y negro, poca sangre, mucho suspense, y la magia de Hitchcock.




    La lista se hace interminable. Un buen día la niñez se fue diluyendo. Entonces apareció un director en mi juventud que mostraba en sus películas un mundo muy lejano al que yo conocía. Hablaba de libertad, de relaciones a tres, de adulterio. Y todo con una naturalidad pasmosa. Seguramente es Truffaut el autor con el que más se identificó esa etapa de mi vida, y aún lo sigue siendo.
    Es muy probable que la primera película que vi  fuera “La novia vestía de negro”. El impacto fue instantáneo. Admirador de Hitchcock, pero con una frescura y naturalidad en su narración propias, Truffaut trajo a mi mundo español de blancos y negros, aires de “nouvelle vague” que aún siguen latiendo en mi interior.




Los 400 golpes. Un niño que atisba la adolescencia
huye de su vida gris y sólo encuentra un inmenso
mar.












El trío perfecto. ¿O no?


Las más bella película sobre la infancia.

El hombre que amaba a las mujeres
¿Y quién no?


Amar después de perder
en la profunda “La habitación verde”.


La mujer de al lado. Un reencuentro. El drama del amor fatal.




El actor Jean-Pierre Leaud, alter ego de Truffaut,
París y los amores que llenan la existencia.

El cine de Truffaut siendo parte de mis sueños y realidades.

“Tirad sobre el pianista”, donde Charles Aznavour,
uno de los grandes cantantes de la historia, demuestra
ser un excelente actor.

    Estoy llegando al final en este breve repaso del cine de mi niñez y primera juventud. Y, como no, nunca debemos olvidarnos de reír. Que mejor para ello que los Hermanos Marx. Cuando uno está un poco bajo, una buena dosis de la medicina de estos irónicos, alocados y burladores de las normas establecidas. Hoy que vivimos en una sociedad llena de normas, nos pondrán una sonrisa en los labios y nos harán pensar aquello de “No os toméis la vida demasiado en serio, de todas maneras no saldréis vivos de esta”.

    Y ahora, aunque nunca he sido un niño de los que se enamoran de cosas intangibles, no me puedo despedir sin la mención a las mujeres que han sido parte esencial del cine en mi vida y con las que he crecido.

Ingrid Bermang. Belleza serena.

Sofia Loren. Belleza salvaje.

Lauren Bacall.  Belleza enigmática.


Audrey Hepburn. Belleza elegante.

Gene Tierney. Belleza perversa.

Katharine Hepburn. Belleza con carácter

La Garbo. Belleza masculina.

Maureen O´Hara.  Belleza natural.


                                                            Kim Novak. Belleza glacial. 
  
Julie Christie Belleza sensual.

    Espero que hayáis pasado un buen rato. El cine es el único lugar donde aun está permitido soñar. Cada película me recuerda algún instante de mi vida. El cine contiene todo los bello que el hombre ha hecho: la escritura, la pintura, la música y todas las artes se unen en él cuando está bien realizado.   
    Recuerdo al Doctor Zhivago, antes de que le diera el infarto, corriendo detrás del tranvía donde iba Lara. Como persiguiendo un sueño. Un sueño inalcanzable.  El sueño de la libertad.

POR SIEMPRE
Ava Gagner




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