LOS PREMIOS GOYA 2012 - AMAR EL CINE

   Ayer fue la noche de la XXVI edición de los Premios Goya 2012. Soy un amante del cine. A veces quisiera no amarlo tanto. Tengo que confesar que no voy a las salas con la asiduidad que quisiera. El motivo es también que, en la ciudad donde vivo no hay una oferta amplia como en Madrid o Barcelona, y las películas no están tanto tiempo en cartel  como fuera deseable ni con la flexibilidad de horarios necesaria. Es en estos casos el dvd el sustituto menos doloroso. Vigo fue una ciudad con grandes cines.  Tantos que, nombrarlos todos, harían este artículo demasiado largo. En una ciudad entonces muy pequeña como era Vigo –hoy desarrollada de modo brutal, pero eso es otra historia- además de cines como el Fraga (desaparecido como cine) el Vigo (cerrado y en estado ruinoso en su interior) el Tamberlick (que hicieron desaparecer sin compasión) –Otro día hablaré de estos desatinos contra la cultura- además de estos y otros cines desaparecidos a favor de los centros comerciales, teníamos unos cines de barrio que llenaron nuestra niñez y adolescencia de aventuras, pasión y sueños. En el calvario fueron el Avenida y el Palermo. Todo un acierto el decorado de la noche de los Goya que, a los que hemos conocido esos cines de antaño, nos hizo retrotraernos a una época de nostalgia y ensueño. Como apasionado amante del cine, considero que hay tres etapas básicas en la relación que el espectador establece con una película. Una primera donde recibe la noticia de un nuevo estreno que capta su atención. Una segunda en la que se dispone a entrar en la sala de cine y contempla la pantalla. (Es decir “Ir al cine”) Y una tercera que es la que transcurre desde que sale del cine hasta que la película se va asentando en la mente y el corazón del espectador. En la primera etapa, el factor de propaganda y difusión de publicidad de la nueva película es fundamental. También los conocimientos cinematográficos del espectador para poder discernir y elegir, sabiendo que no siempre lo más publicitado es lo mejor (pero la publicidad es necesaria) En la segunda etapa siempre decido contemplar la película con la visión más amplia posible, en todo su concepto cinematográfico y artístico. Finalmente, en la tercera etapa, uno sale del cine y todas las imágenes, los sonidos, las miradas, los rostros, las palabras que ha escuchado en la sala; van tomando vida en la mente y empieza la verdadera consolidación de la relación entre la película que he visto y mi esencia más íntima. Así, algunas películas van diluyéndose en el vacío, otras que nos han impactado en nuestra niñez o adolescencia aguantan muy mal el paso del tiempo y son sólo un recuerdo en nuestra videoteca, y otras quedan grabadas a fuego en nosotros en un inexplicable juego de seducción.  


    Cuando estrenaron “No habrá paz para los malvados” fui al cine y contemplé la película. Sé que tendré que esperar tal vez años para saber el lugar que ocupa en mi vida; pero hoy puedo decir que es una de esas películas que, no sólo penetran en el rincón oscuro del alma del espectador, sino que tiene todos los ingredientes para perdurar en la memoria. Tal vez sea necesario tener una edad física y mental suficiente para empaparse de este antihéroe llamado Santos Trinidad -interpretado por un José Coronado en el mejor momento de forma después de ir creciendo cada día más como actor- y asimilar toda una puesta en escena que nos demuestra lo que muchos ya sabíamos. La mayoría de las veces, los hombres que dan su vida por una causa, no son unos tipos acicalados y de correctos modales que caen bien a las suegras y a los vecinos. A veces, el alma de los seres humanos no tiene nada que ver con sus sucias melenas, lo mucho que fuman y lo poco que hablan. Es decir, a veces, el mundo no es como nos quieren hacer creer; sino mucho más complejo. Como complejo es el cine. Los que amamos las películas, sabemos que es cierto todo lo que se dice de él. Que detrás de una película hay muchas personas.  Enrique Urbizu ha escrito un guión fabuloso junto con Michel Gaztambide. Películas como “No habrá paz para los malvados” nos hacen sentirnos a la altura del mejor cine de nuestros vecinos europeos y el, a veces, también buen cine americano. Porque, al final, el arte con mayúsculas no es español, americano o chino. Es simplemente arte. No voy a emprender la tediosa tarea de nombrar a todas las películas, actores y demás; pero he de decir que la noche de ayer demostró la calidad que atesora nuestro cine. Una calidad que por otra parte siempre ha tenido en lo que se refiere a creadores (entiéndase por creadores directores, actores, guionistas y las demás personas vinculadas a este arte) Lo único que sucede, como lamentablemente todo en la vida; es que el cine necesita medios económicos para poder desarrollar sus altas cotas de creatividad y mantenerlas en el tiempo. Esa es la única verdad. España ha sido el germen de grandes figuras en todo lo relacionado con el arte. Pero, lamentablemente, los que han tenido el poder en sus manos, nunca se han volcado lo suficiente en promover a los creadores que, al final, somos los que hacemos que el mundo sea algo más que una fría lista de cifras bursátiles y una lucha por cosas materiales que nunca podremos llevar a la tumba. Ayer disfruté con la gala, como siempre. Eché en falta algunas caras conocidas, pero me gusta ver a esas actrices y actores que, aunque ellos no lo sepan, son como unos amigos que te deleitan con sus ocurrencias interpretativas. También quiero decir algo muy importante. Para los que amamos el cine de verdad, no existe el término actores secundarios (aunque sean de lujo) Los actores, podrán gustar más o menos, ser más altos o más bajos, son todos actores sin apellidos. Pertenezco probablemente a la última generación de los que nos hicimos mayores en los cines de barrio de nuestra ciudad. El rastro que han dejado muchas películas en nuestro corazón nos ha hecho, no sé si mejores ni peores, pero si partícipes de este arte que ha conseguido aglutinar en él todas las artes. Como escritor y compositor, lo bueno o malo que pueda tener mi obra, se lo debo en gran parte al cine que he visto a lo largo de mi vida. Con él, antes de poder viajar por mí cuenta, fui a los lugares más bellos y siniestros, a las ciudades más mágicas y decadentes. Pero, sobre todo, conocí a miles y miles de personas que llenaron mi alma de innumerables imágenes para la eternidad. En mi casa guardo como un tesoro cientos de películas, libros y música. Es lo único material que  salvaría de un naufragio. Volveré una y otra vez a soñar con el cine y espero que siga haciéndome sentir que el arte nunca morirá gracias a él.








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