LA ESTRATEGIA DEL MIEDO
No es nada nuevo; el miedo ha existido
siempre. Consustancial al hecho de vivir, sirvió al hombre como elemento
avisador de los peligros que el entorno le ofrecía. A lo largo de la cruel
historia de la humanidad, la fuerza física, moral o monetaria, ha impuesto en
las diferentes épocas sus formas más o menos visibles de atemorizar a las
sociedades, para de ese modo tener el control de la situación y mantener el
poder. Hoy, en el siglo XXI; donde “Las buenas formas” han sustituido a la ejecución
o el martirio de aquellos que antiguamente no querían dar parte de los bienes
ganados con su sudor a los gobernantes; la estrategia del miedo sigue vigente
bajo el disfraz de palabras paternales y supuestamente conciliadoras. Ya en el súmmum del deliro más incomprensible nos
hablan de todos esos millones de euros que se han ido -no se sabe muy bien a
donde, o si, pero no se quiere decir-; y, como si el dinero se evaporase por
arte de birlibirloque comienza la gran cruzada; no contra aquellos que se lo
han llevado y se lo siguen llevando, no contra aquellos que nos lo han robado
de las arcas que son de todos; sino contra los de siempre; el pueblo resignado
que acepta, calla, otorga, y, encima, parece tener que hacer genuflexiones por
haber sido malos y no seguir comiendo pan ácimo, viajando en mulo y trabajando
de sol a sombra. Vivir para ver. Cada mañana cuando despierto, escucho cantar
los pájaros y miro el cielo. Después pienso: “Últimamente estoy teniendo
demasiadas pesadillas”. A medida que avanza el día compruebo que no es verdad que esté delirando; que llevan toda la vida
riéndose de nosotros en la cara, y muchos aún aplauden a los unos y a los
otros. Ellos siguen con lo suyo. “Mientras los ciudadanos tengan miedo, menos
pueden pensar”. “Cuanto menos piensen, más los vamos a torear”. Hay que
reconocer que son listos para tenernos agarrados por los, vamos a decir
“testículos”, para retorcernos el cuello; y que aún siga la gente en estado de shock
con este fantasma pavoroso de inseguridad que lanzan cada día en sus proclamas.
Cuando sea mayor, deseo ser cualquier cosa menos como ellos. Un insecto como el
creado por Kafka no estaría mal. Para volar por sus cerebros pestilentes y
excretar en sus lenguas venenosas. Ni la imaginación más luminosa, podría haber
creado un sistema tan hipócrita, falso y execrable como el que padecemos los
ciudadanos de este sitio llamado tierra.
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