CUANDO EL DÍA COMIENZA A DECLINAR - ESPEJOS
Cuando el día
comienza a declinar y la arena de la playa es un mosaico de indescifrables
pisadas, anónimos rastros, huellas sin pretensiones de nada más que andar bajo
un cielo que siempre acaba por volver a derramar su azul después de jornadas
desasosegante y grises; vuelvo a contemplar el mar. Ese gigante que sigue
albergando el misterioso llanto de las sirenas que embriagan con sus ecos de
antiguas ilusiones. Y no existe pintor que pueda igualar la gama de tonalidades
que el cielo viste sobre la Ría de Vigo. A escasos metros de una ciudad que ha
crecido deforme y pugna por reventar -como toda metrópolis bien educada del
siglo XXI- se puede contemplar la quietud, el leve arrullo del mar y un
horizonte que no tiene edad.
La civilización de la comunicación. Hablan
tanto. Y pensar que nunca les he creído. Si supieran que diminutos los veo en
sus tronos de poder efímero. Son las hojas podridas de un otoño que se pierde
en la noche de los tiempos. Desde aquellas luchas fraticidas entre Caín y Abel,
entre Rómulo y Remo, entre Set y Osiris; todo se ha sofisticado mucho; pero
nada ha cambiado demasiado. Como en una espiral de infinitos desengaños, el
artista sigue buscando la inspiración en el mar, en el cielo, en la profundidad
de una mirada. En definitiva, en las cosas sencillas. Ajeno a los discursos que
hablan de buenos y malos, de ricos y pobres.
La grandeza de un ser humano sólo puede ser
medida por uno mismo. Cuando se mira al espejo y ve el rostro cansado de aquel
que ha vivido, pero aún sabe que, en esa imagen que devuelve el espejo, queda,
en el peor de los casos, una atisbo de aquel niño que fue, de aquel joven que
fue.
Pero el mundo está lleno de espejos rotos.
En las noches de vigilia, los veo flotar en aguas siniestras, cuando el mar no
admite intrusiones; en los ríos silentes que deslizan sus castigados cauces por
las laderas del desencanto.
Hablan tanto. Y, a fuerza de mirarse el
ombligo y no la cara, se han convertido en caricaturas siniestras que, si no
fuese por el terrible daño que están causando a tanta gente, serían dignos de
exponer en “la plaza pública” para regocijo de los que nunca hemos tenido el
afán de poder como meta.
Además ¿qué es el poder? La triste historia
de hombres que se creyeron grandes y acabaron siendo víctimas de su propia
codicia.
Detrás de sus manidos discursos, de sus
sonrisas condescendientes, se oculta la triste historia de infelices histriones
que tienen su agenda llena de mil cosas inservibles, superfluas,
insignificantes.
Nadie tiene la clave para esta espiral de
despropósitos. Pero sería bueno volver a los espejos. Tal vez a los espejos
naturales. Esos que tanto saben y ordenan, libres de sus elegantes trajes a
medida, desnudos; que bajasen a la orilla del mar, a la orilla del río. Que
observaran con detenimiento su imagen reflejada en las aguas. Verían una imagen
monstruosa, imposible de soportar.
Pero, la naturaleza es demasiado
benevolente. Ni el mar destrozaría sus cuerpos contra las rocas, ni el río los
arrastraría hacia las vertiginosas cataratas.
Cuando el día comienza a declinar y la
arena de la playa es un mosaico de indescifrables pisadas, anónimos rastros,
huellas sin pretensiones de nada más que andar; el silencio es el mejor alivio
para curar las heridas que provoca el vivir en un mundo que rigen humanos que
ya nunca podrán encontrar en la imagen que le devuelve el espejo, aquel niño
que fueron.
Miro el horizonte y sé que, más allá, donde
la vista no alcanza, pero si el corazón; sigue navegando Ulises en un eterno
periplo en busca de su Itaca soñada, soñada, soñada…
FOTO REALIZADA POR JULIO MARIÑAS |
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