LAS EDADES DEL CREADOR
Un adolescente emborrona papeles en
la madrugada; lee compulsivamente todo lo que cae en sus manos; observa en la
oscuridad del cine una tras otra sesiones continuas. Busca inspiración en los
incipientes amores, en las vivencias que tímidamente comienzan a decorar su
vida.
Un joven crea melodías, armonías y busca su camino; construye poemas,
relatos, historias que pretenden la originalidad; mientras la pasión desborda
entre sueños y realidades. Desea alcanzar la novela total, la sinfonía total,
la ópera total. Alcanzar lo inalcanzable. Lo que no puede existir, porque en su
misma existencia estaría la negación del arte. La magia de la creación es esa
imperfección que permite la búsqueda continua, sin descanso, sin tregua.
Un hombre, lejos de la fama, del reconocimiento; asume la maravillosa
realidad de que ser escritor y compositor, de que ser un creador es un modo de
vida. Y, consciente desde hace mucho tiempo, que vida y arte se mezclan en su existencia
cotidiana con la misma pasión y entrega que el primer día; siente la
satisfacción por el camino recorrido.
Así, en cada línea que escribe, en cada melodía que plasma en la
partitura; es consciente de la inmortalidad que acecha en cada verso derramado.
Lejos, muy lejos del ruido intenso que provoca el engranaje chirriante de
aquellos que miden la grandeza por el número de ventas, por el número de
páginas, por el número de decibelios.
El adolescente, el joven, el hombre; siguen latiendo en el alma de artista
con la misma pasión del primer día, con la misma ilusión del primer día, con la
mismas ansias de descubrir que el primer día.
Son las edades del creador solitario; todas en una. Porque, como su
obra, el creador no tiene edad. Tiene la misma edad que los sueños que siguen
plagando cada gesto, cada mirada, cada amanecer, cada noche de plenilunio. Y
sigue bailando asido a la cintura de unos principios inalterables. Los que dan
a su obra la originalidad buscada tras largas horas de vigilia y sueños.
FOTO JULIO MARIÑAS
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