BAILAR - (REFLEXIONES DE UN POETA EN LA SOMBRA - X)
Existió un tiempo en el que, en las cálidas noches de verano, la música
festiva se relajaba para dar paso a melodías lentas y cadenciosas. Entonces,
dos jóvenes extraños se miraban entre la multitud, sonreían y abrazaban sus
cuerpos para bailar al compás de la música. Era una escuela no oficial de
aprendizaje para el amor. A veces mejilla contra mejilla sin decir nada; otras
frente con frente sonriendo; algunas mirándose a los ojos. Las manos en la
cintura, otras veces en la espalda, en ocasiones en los bolsillos posteriores
de un vaquero. Era el despertar de sensaciones, cuerpos diferentes, olores,
sabores. Podía llegar la palabra, siempre dulce o susurrante al oído. Incluso
llegar a encontrarse los labios y fundirse en besos prolongados. Era el juego adolescente
del amor. Privilegiados hemos sido aquellos que vivimos los tiempos en que
bailar era una suerte de magia, de
conocimiento. Los desconocidos que se juntaban unos minutos, después se
separaban sin decir nada; o continuaban bailando en la noche; o se perdían bajo
el cielo estrellado. Hoy, de todo aquello, queda un mundo de sensaciones
guardado en el rincón donde habitan las más románticas pasiones.
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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