EL NIÑO QUE SOÑABA CON SER POETA (REFLEXIONES DE UN POETA EN LA SOMBRA - VIII)
Soñaba con ser poeta. El niño
pensaba que la pasión y el amor eran veneración, sufrimiento, locura por la
persona amada. Y Bécquer, seguido de toda su “cuadrilla” de escritores,
pintores y demás artistas románticos, hicieron que su infancia, cuando estaba
en soledad, se convirtiese en un hermoso cuento gótico. Así, el niño se hizo
adolescente y, Baudelaire, seguido de otra “cuadrilla” diferente, lo fueron
convirtiendo en una suerte de doctor Jekyll y mister Hyde, que fue intentando
conservar en cada aventura de la vida su alma romántica, a la vez que iba
siendo arrastrado por la propia existencia
a las historias más carnales. Desde pequeño
escuchaba decir “Soñar no cuesta dinero”. Tal vez por eso se dedicó a soñar y
se olvidó del dinero. Craso error. Y viene a cuento la expresión, ya que fue la
ambición de este gobernante romano, que formó triunvirato junto con Pompeyo y
Julio César, quien dio origen a dicha frase. Pese a ser el menos conocido del
famoso trío, parece ser que era un hombre muy rico. Aunque no se conformó con
la parte de Siria que le tocó, y cruzar el Éufrates a la conquista de Partia
(actual Irán) fue su perdición. Se cuenta que fue obligado a beber oro líquido.
Prefiero no extrapolar la ambición de Craso a la actualidad y seguir con el
tema inicial, para no dar ideas, que me he desviado un poco. Estábamos en eso
de que soñar no cuesta dinero. Pero parece ser que realizar los sueños sí. Eso es
lo que el niño que soñaba con ser un poeta atormentado no escuchó, o no quiso
escuchar. Que todo es posible. Además, también pudo comprobar, a medida que iba
creciendo, que eso del artista atormentado por las pasiones y la vida al borde
del abismo queda muy bien en las novelas, pero en la vida real es lo peor que
le puede suceder a un creador o a cualquiera. Porque el artista necesita
tranquilidad y aislamiento a la hora de realizar su labor. En su juventud, el
niño que soñaba con ser poeta, comprobó que la noche era el mejor manto con el
que se puede arropar quien se dedica a crear. Y la noche fue su patria. Cuando
la juventud abandonó al niño que soñaba con ser poeta, la madurez se fue
instalando pausadamente sobre todo lo vivido. Entonces, sentado frente a su
escritorio, rodeado de sus poesías, sus novelas, sus músicas; se sintió
satisfecho y feliz, porque ya podía controlar al lobo que habitaba en su
interior. Podía soñar cuando fuese necesario; pero también ver la realidad con
perspectiva y sin temor. Hoy, el niño que soñaba con ser poeta, tiene como
riqueza montones de páginas escritas, de pentagramas llenos de música. Y,
mientras la humanidad se empeña en mirar el mundo a través de montañas de
dinero; él sabe que el dinero impide ver más allá de la última adquisición
material. Por eso, con muchos sueños ya realizados y otros por realizar; el
niño que soñaba con ser poeta sabe que posee la mayor riqueza que un ser humano
pueda atesorar. Tiene la belleza de lo eterno arraigada en su interior. De modo
que, todo lo banal, mezquino y repugnante que gira a su alrededor; no es más
que una mancha en unas lentes que quieren imponernos para que veamos el mundo a
través de ellas. Pero él jamás utilizará ese prisma enrevesado y cruel que se
ha instaurado en la sociedad. Él seguirá siendo amigo de la noche y soñando con
el día en que los poetas sean los verdaderos protagonistas, y la gente sueñe
más, viva más, sienta más. Porque hubo un tiempo en que las metas eran la
conquista de la persona amada o deseada,
el llegar a las cumbres donde se puede ver latir la naturaleza más salvaje, aprender
y aprehender la verdadera esencia de todo lo que nos rodea. Hubo un tiempo, no
muy lejano, en que los sueños no tenían marca, ni color político, ni siquiera
clase social. Fue cuando el niño que soñaba con ser poeta era pequeño. Bueno,
pensándolo bien, tal vez sólo fue un sueño de inocente niño enamorado.
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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