LA ÚLTIMA GENERACIÓN QUE PUDO FABRICAR SUS PROPIOS SUEÑOS (REFLEXIONES DE UN POETA EN LA SOMBRA - IX)
Los caminos eran de tierra; los cines de programa doble sesión continua;
la música permitía abrazarse y sentir la mejilla de la pareja de baile, el
calor, el olor, incluso los latidos del corazón; leer el libro deseado o
conseguir el disco favorito era una pequeña o gran aventura que no siempre
terminaba con éxito; las pandillas de chavales nos reuníamos para jugar,
recorrer las calles del barrio haciendo inocentes travesuras o montando
guateques en los bajos de las casas; los abuelos eran sabios que aconsejaban y
transmitían sus conocimientos; los padres eran un punto de referencia en
nuestra forma de ver el mundo, aunque, como todo joven que se precie, nos rebeláramos
contra ellos. Se podrían llenar hojas y hojas con miles de cosas que ya no
existen. Mi generación fue la última que fabricó sueños. Después, los sueños
comenzaron a venir preestablecidos. Los caminos de tierra desaparecieron bajo
el asfalto; los cuerpos dejaron de unirse para bailar y el aumento de
decibelios fue haciendo más difícil la comunicación y promovió el sudar
separados en vez de pegados unos a otros; libros y música fueron puestos al
alcance de la mano, previa publicidad insistente sobre lo que había que leer,
mientras grandes autores del pasado fueron siendo arrinconados hasta ser
completamente desconocidos por los jóvenes actuales; las pandillas dieron lugar
a grupos que, en el mejor de los casos, se dedicaron a destruir el mobiliario
urbano e incordiar a los vecinos; los abuelos pasaron a ser un estorbo y carne
de asilo la mayoría de las veces; los padres e hijos se alejaron cada vez más y
establecieron muros de incomunicación. Y después llegó el siglo XXI. Mi
generación fue la última que tuvo la libertad de fabricar sus propios sueños.
He visto todos esos sueños desvanecerse lentamente en la desidia de una
sociedad veloz, tajante, irreflexiva y un sinfín de calificativos más. Ya no sé
fabrican sueños. La gente los elige entre los que se exponen en un mercado
banal y corrosivo. Antes hablar era un arte. Ahora es una suerte de velocidad
mental pretendidamente ingeniosa. Cuando mi generación, la última que fabrico
sueños sin ayuda de un sistema devorador, desaparezca ¿qué quedará de todo lo
que fue, de todo lo que fuimos, de todo lo que construimos a golpe de insomnio
e ilusión?
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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