EL TIEMPO Y SUS ABISMOS (REFLEXIONES DE UN POETA EN LA SOMBRA - XIII)
Decir “Tiempo” se ha convertido en
toda un declaración de principios. Esa palabra a la que la Real Academia
Española dedica en su diccionario el espacio correspondiente a algo más de una
página y da de ella veintiuna definiciones, se ha convertido, en sus diversas
vertientes, en un concepto que atesora desde la más bella expresión hasta la
más terrorífica manifestación. A pesar de los esfuerzos por buscar una
definición correcta y de que, sin el concepto tiempo, la civilización actual,
tal y como la conocemos hoy, no existiría; el tiempo sigue siendo un concepto
difuso. Es irónico pensar que, la cosa más medida y encuadrada, la más evidente
desde nuestro punto de vista, sea a la vez la más ambigua. El tiempo ha servido
y sirve al ser humano para darle una perspectiva de su evolución a lo largo de
miles de años; además de ubicarnos a diario en el lugar oportuno en los
diferentes momentos del día. Alrededor del tiempo se han generado tres grandes
conceptos bajo la denominación de pasado, presente y futuro. Lo que es similar
a decir que, gracias al concepto tiempo tenemos pasado y creemos saber de dónde
venimos, somos conscientes de la transitoriedad del presente, y podemos
plantearnos metas o proyectos para el futuro. Así, mecido en la palabra tiempo,
el humano, hoy más que nunca, establece sus esquemas mentales de acuerdo a las
bases del pasado y los proyectos del futuro, descuidando la única realidad
mínimamente probada que es el presente. En ocasiones, tal vez con razón, los
hombres nos creemos esclavos de muchas cosas. Tales como el sistema imperante,
los vínculos laborales, etc. Pero, en realidad, la verdadera esclavitud del
hombre es el tiempo que, como un invisible manto, gravita sobre nuestras vidas.
Porque ninguna de esas cosas que nos esclavizan existirían sin el concepto
tiempo que rige sus esquemas. Si el ser humano fuese eterno, el concepto de
tiempo carecería de interés. Tal vez por eso, acaso sería una medida a
considerar el desterrar del sistema establecido el concepto temporal, para dar el primer paso hacia la libertad. Alrededor
del tiempo y gracias a él, han tomado forma los ciclos vitales. La niñez, la
juventud, la madurez, la senectud. Cuatro columnas que sostienen el concepto de
trayectoria vital, como si de una verdad absoluta se tratase. Pero ¿quién puede
determinar con rotundidad donde empiezan y acaban cada una de estas columnas?
Transgredir el hecho de prolongar o acortar alguna de las cuatro puede traer
consigo nefastas consecuencias a nivel social. Por ejemplo, prolongar la juventud
haría que dicha columna se alargase más que las demás y descompensase los
conceptos preestablecidos. La escolarización es el primer corte que arranca al
homínido “civilizado” del lazo materno imponiéndole un horario y sentenciando
su vida alrededor del concepto tiempo. El final de los estudios y el comienzo de
la actividad laboral quiebra los vínculos que hasta ese instante el joven
mantenía con su predisposición a descubrir y aprender. Los ejemplos serían
ilimitados. Lo cierto es que nadie ha podido demostrar la existencia del
futuro, ya que el hecho de que sea pensado no quiere decir que tenga lugar. Por
el contrario, si bien la existencia del pasado parece ser que es más fácilmente
demostrable a través de los vestigios dejados, eso no es condición que pruebe
su realidad temporal; sólo material. Por lo tanto, quedaría el presente. Un
presente que se antoja harto difícil también de demostrar, puesto que, en el
preciso instante que estoy escribiendo estas líneas, el “llamado presente” se
va diluyendo y desapareciendo como tal concepto. Llegados a este punto, sería
factible pensar más en la inexistencia del tiempo que en su realidad. Comprendo
que esto supondría para el ser humano toda una reestructuración vital y social.
Sería la caída de todos los sistemas, casi todas las teorías y, por lo tanto,
de todos los modos de vida que priman en las sociedades actuales.
Pero tomemos la primera definición que la Real Academia da de la palabra
tiempo. Duración de las cosas sujetas a
mudanza. Me pregunto ¿Existe algo que no esté sujeto a mudanza? La
experiencia nos dice que todo, en
mayor o menor medida, cambia. Por lo tanto, cuando menos, no hay nada que esté
libre de dicha “mudanza”. Ya cinco seis siglos antes del nacimiento de Cristo,
el filósofo griego Heráclito de Éfeso, al que apodaban “El Oscuro”, llegó a la
conclusión de que todo fluye, todo cambia y nada permanece. Famosa es su
sentencia que dice “No podemos bañarnos
dos veces en el mismo río”. Si bien,
la experiencia vital parece confirmar la certeza de esa sentencia; ya que ni
las aguas del río, ni nosotros seríamos los mismos; el propio Heráclito se
aferró al tiempo para decir que la tensión entre contrarios da lugar al
conflicto, a la guerra; lo que envuelve la existencia del hombre en una lucha
de contrarios que acaba dando lugar a un eterno retorno. Para ese devenir
perpetuo y la lucha de los opuestos, buscó el filósofo un logos, una razón
universal que lo rigiera. Así llega Heráclito a la doctrina cosmológica del
eterno retorno con esa transformación universal que contiene dos etapas que
se suceden cíclicamente. Si partimos de la premisa del cambio y lo aceptamos
como tal, pero después caemos en un bucle de eterno volver, parece que, al
tiempo que estamos aceptando la variabilidad de las cosas, también pretendemos
enmarcarlas en un ciclo inalterable regido por una ley universal. ¿Qué lugar le
damos entonces al tiempo en estas dos vertientes enunciadas por Heráclito? Tal
vez la inexistencia del mismo.
Otra de las definiciones del diccionario de la Real Academia es la de Edad de las cosas desde que empezaron a
existir. Si la primera definición nos planteaba problemas, esta otra los
acrecienta al inspirarnos diversas preguntas. ¿Cuándo empieza una cosa a
existir? Desde un punto de vista humano, algo comenzará a existir desde el
momento en que tenemos conocimiento de ello. Pero el no tener conocimiento de
algo, no implica que esa cosa no existiese mucho antes de ser apercibida por
nosotros. Entendiendo el término apercibir desde el punto de vista filosófico,
que hace alusión a percibir algo relacionándolo con lo ya conocido
anteriormente. Es decir, tenemos el concepto lluvia. Pero la primera vez que
conscientemente observamos caer la lluvia no se corresponde a la edad en que la
lluvia comenzó a existir. De hecho, nadie puede determinar con exactitud
temporal en que momento comenzó la lluvia su existencia. Esta definición de Edad de las cosas desde que empezaron a
existir, no lleva a otra pregunta mucho más compleja. ¿Qué entendemos por
existencia? La Real Academia lo define como Tener
una cosa ser real y verdadero. Tener vida. Haber, estar o hallarse. En la
primera definición nos encontramos, a mi juicio, con la mayor controversia que
puede hallar el ser humano en sus reflexiones. ¿Qué es lo real y verdadero?
Este mismo artículo surge por el hecho de plantearse si el tiempo existe o no.
Por lo tanto, si existir está en la veracidad de algo ¿cómo podemos determinar
que el tiempo sea la edad desde que las cosas empezaron a existir, si ni
siquiera sabemos determinar la existencia de innumerables cosas que damos por
hechas y aceptadas? La segunda definición de existencia está sujeta también a
innumerables controversias, porque ni la ciencia ni la filosofía ni la religión
han podido determinar con exactitud el preciso instante en el que algo tiene
vida o deja de tenerla. Por lo tanto, hablar del concepto tiempo con relación a
la cualidad de tener vida sería con unos límites muy difusos e inexactos.
Finalmente, la última definición de Haber, estar o hallarse; no lleva
irremediablemente a la pregunta de ¿Haber, estar o hallarse como hecho físico,
mental o conceptual? Así, nuevamente la palabra tiempo sufre un nuevo revés; no
sólo por su concepto en sí; sino porque todos las palabras sobre las que este
pretende explicarse –existencia, edad, mudanza- se tornan difusas en sus propias
definiciones y conceptos.
Lo cierto es que el tiempo ha dado a la literatura grandes frases.
Porque la conciencia y consciencia de su paso ha condicionado toda la
existencia humana. “Coged las rosas
mientras podáis veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana
estará muerta...” decía Walt Whitman en el siglo XIX. Por su parte, el
genial Charles Chaplin decía: “El tiempo
es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto”. Esto último del
final perfecto ya sería más discutible. Pero, en la reflexión del tiempo como
existencia, me quedaría con el anónimo que sentencia: “No es el tiempo el que pasa, pasamos todos nosotros”. En lo que
respeta a restar importancia al término en sí y tomarlo con filosofía, fue el
compositor Hector Berlioz quien enunció “Se
dice que el tiempo es un gran maestro; lo malo es que va matando a sus
discípulos”. Pero es el filósofo Descartes quien dejó bien claro la
insignificancia de nuestras reflexiones sobre el tiempo cuando dijo “Sería absurdo que nosotros, que somos
finitos, tratásemos de determinar las cosas infinitas”. La lista de frase
se hace interminable. Quizá pueda haber una clave cuando el filósofo Sartre
dice en su libro La Nausea, “Nada ha cambiado y sin embargo todo existe
de otra manera”. A partir de esta frase podríamos entrar en la ya muy
hablada teoría de la relatividad y
también en la teoría de los planos temporales. Pero esto sería demasiado
denso para el que aquí escribe, que está muy lejos de ciencias y entramados
numéricos.
Lo único cierto es que el concepto tiempo sigue rigiendo nuestras
sociedades supuestamente civilizadas de un modo feroz y aplastante. Librarse de
él, debería ser la meta esencial del individuo que quiera sentir la libertad en
su rostro y la autenticidad de ser.
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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