LOS GRANDES HERMANOS - (REFLEXIONES DE UN POETA EN LA SOMBRA - XXIII)
En otras épocas era fácil
contagiarse de la rabia. Afortunadamente, los avances científicos y las vacunas
consiguieron acabar con ella en el llamado primer mundo. El problema es que las
enfermedades que atacan al cuerpo tienen una forma de manifestarse generalmente
más plausible; pero las que atañen a la mente son mucho más difusas, difíciles
de percibir. Hay una rabia que surge del dolor que provoca la injusticia. La
opresión sobre los pueblos ha sido la nota dominante en todas las culturas a lo
largo de la historia de la humanidad. Con sangre se han levantado los grandes
imperios. Es maravillosa la historia vista con la perspectiva del tiempo. El
problema es cuando la historia es aún presente y se sufre en las propias carnes
como está ocurriendo en el momento actual. La degradación de todo un entramado
social de bienestar con el único fin de que un selecto núcleo de elegidos se
enriquezcan cada vez más, acumulando fortunas que no podrán gastar ni en diez
vidas, se ha convertido en un engranaje que avanza inexorable hacia el caos más
absoluto; sin que parezca que nada ni nadie pueda o quiera ponerle freno. Así
la rabia se instala en el ser humano oprimido, generando cada vez más
desasosiego y tensión. Un mundo de cifras, que sólo entienden aquellos que las manejan
a su antojo, va sangrando lenta y paulatinamente a las clases que un día fueron
medias, y hoy caminan hacia el umbral de la pobreza. Georges Orwell creo en su novela
1984 un mundo que daba pavor. Cuando la leí hace algunas décadas, jamás pensé
que la sociedad escrita por Orwell acabase siendo incluso inocente en
comparación con la realidad que hoy vivimos. El gran problema es que no es un
Gran Hermano el que nos rige; son muchos Grandes Hermanos. Se ve que eran
familia numerosa.
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
Comentarios
Publicar un comentario