ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA DE LOS DÍAS - CAPÍTULO V - LAS HORAS QUIETAS
Tic, tac, tic, tac. El péndulo inflexible oscila protegido por la caja
del reloj de pie. “Hace tiempo que debería haberme desecho de ese artefacto”.
Piensa en la oscuridad del cuarto, aún vestido sobre la cama sin deshacer. La
nocturnidad siempre ha sido cobijo de la reflexión. Una caverna dio a Platón muchas
de las claves de su filosofía. ¿Es la oscuridad el hábitat natural del hombre
pensante? Probablemente fue al abrigo de las cuevas donde el homo primitivo,
alrededor del fuego, comenzó a hacer volar la imaginación y reflexionar sobre
lo divino y lo humano. Manchas negras y ocres en perdidos rincones de olvidadas
grutas; uros y otros animales plasmados por nuestros ancestros para exorcizar
sus fantasmas, para propiciar la caza. Pensamiento en el futuro. Inicio de la
conformación de un pensamiento dependiente del porvenir, tendente al olvido del
presente, nostálgico del pasado. Siempre ha dormido muy poco. Sus pensamientos
se debaten implacables entre la razón más pura y los sentimientos más profundos.
Siente haber vivido dos vidas, la habitual y una nocturna, interior, personal e
intransferible, tal vez con grandes dosis de egoísmo, o no. Todo es susceptible
de interpretación. Pero ¿quién puede determinar el límite entre lo normal y lo
patológico? Envejecimiento, oxidación celular irreversible. La mente permanece
joven, pero el cuerpo se deteriora sin remisión. Necesidad de antagónicos. Sin
la finitud no existiría su concepto antagónico. “La eternidad es el consuelo de
los hombres” Piensa y siente el frío del vacío que impone la soledad. Un día
todo acabó. En otros tiempos, parecía que la felicidad no tenía fin.
Engañándose a sí mismo, construyó los sueños más dispares. Nunca está el hombre
más cerca de esa eternidad como cuando liba el néctar de la pasión. Pero ahora
ella ya no está. Intenta recordar en qué momento la perdió. Los recuerdos se
confunden. A fuerza de pensar, evoca cosas que probablemente nunca fueron del
modo en que se presentan en sus pensamientos, y ha olvidado o desfigurado a
fuerza de rememorarlas, otras muchas que pasaron. El pensamiento es indomable. Al
final, el dolor es personal e intransferible. Nadie puede ayudarnos ante
nuestros dramas personales. Él lo sabe. Lo supo desde muy joven. Sólo le queda
el consuelo de haber vivido. “No todos pueden decirlo”. Piensa mientras intenta
que el sueño le venza. El sueño y él siempre han sido enemigos. Las personas
amigas del sueño siempre le han parecido unos afortunados. Para ser amigo del
sueño, hay que ser enemigo de la vigilia. Entiende el sueño como ensayo diario
que los hombres hacen a fin de prepararse para el sueño eterno. Siempre ha
considerado que no necesita ensayar. Prefiere entrar en el mundo de los muertos
lo más puro posible en cuanto a su experiencia de yacer en el lecho. “Menos mal
que mi sobrina me ha secado” “No me apetece volver al hospital” La última vez,
fue cuando se intentó suicidar. Pero de eso hace mucho. Lo recuerda con
nitidez. Estaba casi desvanecido en la bañera de aguas rojas al entrar la asistenta que venía
una vez por semana para hacer limpieza general. Sólo tuvo tiempo a decir: “Me
equivoque de día”. Después, habitó la nada durante un lapsus temporal indeterminado. No sabe
cuánto. No ha querido saberlo. ¿Para qué? “¿Qué importa el tiempo que pasemos
en la inconsciencia?” “Sólo los momentos de vigor son importantes”. Un perro ladra en la noche. En el silencio de
la calle, su ladrido cobra cierta relevancia. Es como un escueto y ahogado
llanto. El llanto de los que ya no pueden hablar. Él hombre, tendido en el
lecho, sigue pensando en la oscuridad hasta que el sueño le vence.
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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