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Mostrando entradas de enero, 2015

UNA MUJER

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    A la orilla de un río que desciende caudaloso, rápidos espumosos sobre rocas dormidas; una mujer llora. El mundo es tan injusto y condescendiente a la par. Sí; insultantemente condescendiente. Y el llanto de la mujer cae en amargas lágrimas al río que pasa sin detenerse ante su soledad. El destino tienen tonos ambiguos que acaban volviéndose grises y funestos. Estoy aquí, en la otra orilla. Observo a la mujer en su dolor, transida de tristeza y desencanto. Yo también soy culpable de esa pena. ¿Por qué no? ¿Acaso no intentar curar la herida no es parte de la culpa? Todos somos culpables de ese llanto que el torrente arrastra hacia el mar, ensuciando las saladas aguas de un mundo falso y sin conciencia.

CUANDO LA VIDA NOS SONREÍA

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        Tenías una sombra de duda en la mirada. Tú, siempre tan ausente. Como en un extraño teatro anacrónico, cantaba bajo tu balcón embriagado por esa silueta que se recortaba en la luz que salía de la habitación. Después, lo que empezó como un onírico cuadro romántico, acabó convirtiéndose en fuego bajo noches estrelladas de estío. Huérfanos del mundo bebíamos de una fuente que se nos antojaba eterna, vivificadoras aguas de juventud sentida. Después, como esos bajeles que trazan fugaces estelas en las aguas calmas, nuestro tempestuoso amor se fue diluyendo sin quererlo ni percatarnos de ello. Hoy, cuando aquel tiempo semeja un lejano espejismo en la noche de los días, en algunas ocasiones observo la luna que callada se rebela en el cielo como un centinela sabedor de nuestra historia, y alzo mi copa para brindar por ti, por mí, por el bello atardecer de nuestros tiempos de amor y placer. Aquellos tiempos en que la vida nos sonreía .

AL BORDE DEL ABISMO

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     Tenebroso abismo bajo los pies del caminante. Sima ignota de negrura y desconsuelo. Contempla el cielo donde habitan las aves de Lautréamont, Baudelaire y Rimbaud; ocaso descarnado de hiel y fuego espeso. Parado al borde del abismo, el caminante habla a sus sueños. Siempre hay un ángulo oscuro en el alma y sus misterios. Parajes solitarios y yermos donde Poe habla a sus atávicos fantasmas y Kafka desgrana la savia del monstruo que alberga la conciencia; ente lovecraftiano, inusual destello del delirio. El caminante eleva su vista más allá, buscando un horizonte quimérico, libre de dolor y desencanto. Allí, en los mares dorados donde Ulises aún busca aguas plácidas para atenuar su temor y sus deseos. El caminante descansa al borde del abismo, mientras todo el pasado huye y se despeña ante sus ojos; como una redención inesperada; mientras aún hay estrellas brillando en la inmensidad del firmamento.