LA CALAVERA
Las cuencas vacías donde habita la hoguera; pozos sin fondo que hablan
de su imposibilidad de ver más allá del mundo de los vivos. El mondo cráneo como
un fragmento planetario árido, barrido por los elementos. Y esa risa, imposible
de ocultar, que ofrece la dentadura. Todo en ella es vacío. Recordatorio
incuestionable. Memento mori. La calavera no llora. Ese es el signo más diáfano
de la pérdida de su humanidad. En ella, la existencia se ha disipado ad eternum
sin remisión. Billetes y monedas ya no sirven para rellenarla y conseguir darle
una apariencia humana. Para ella, el dinero ha perdido el supuesto valor que
tuvo en vida. Irónico espejo la calvaria que muestra al humano la realidad más
tétrica y sincera. Reposa en el interior del féretro roto por la humedad del
nicho. A ella ya no le inquieta la oscuridad y el silencio. Los insectos
habitan en sus oquedades y pasean por sus formas sin perturbarla. Mientras, las
vacías cuencas persisten en mostrársenos como ventanas hacia la vida.
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