TAL VEZ LA VIDA – III

    Como un niño perdido en la noche más oscura, se agita la vida entre las sombras del jardín. En ocasiones, mueve sutilmente las ramas de los árboles cercanos; viento fugaz que apenas rompe el silencio haciendo murmurar las verdes hojas. La vida es una joven inquieta que no sabe de humanas leyes ni de códigos sociales. Por eso es tan impredecible. Cuando creemos tenerla controlada, se nos escapa de las manos, sensual e indiferente. Cuando la despreciamos, se abalanza felina, hendiendo sus garras en nuestras carnes mortales. A veces, la vida es una anciana huraña, mal encarada, que nos observa analítica y despreciativa. Otras, un mar impetuoso que rompe sus aguas contra los acantilados del desencanto. Como un áspid arrastra sus sinuosas formas por la penumbra de la habitación, acechando nuestros sueños más profundos, nuestros temores más atávicos. A la vida le da por sonreír en las ocasiones más inesperadas, o por llorar en los momentos más impredecibles. Ha puesto la risa y el llanto tan cerca el uno del otro, que en ocasiones se rozan creando el desconcierto y otras se entremezclan creando el caos. La vida es la fugaz línea que traza la piedra que tiramos al aire cuando somos niños y en la madurez recogemos llena de espinas y barro. Pero todos la abrazamos, todos intentamos definirla; a pesar de saber que es imposible de abarcar en la totalidad de su significado e imposible de explicar con los límites del lenguaje humano. La vida es aquel beso que aún duerme en nuestros labios, aquel adiós suspendido en la solitaria estancia. Es todo aquello que arrastramos indefectiblemente hacia el olvido.


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