UNA MALETA Y LA LUNA - V
-¡Hombre! ¡Por
fin apareces!
-Está interesante el desván.
-¿Qué hay por ahí?
-No guardarás una ninfa extraviada de su
bosque.
-Sólo hay una maleta.
-¿Sólo una maleta?
-Sí.
-¿Una maleta con una ninfa dentro?
-No. Sólo una maleta.
-Recuerdo la discusión que tuve con mis padres
siendo un chaval por culpa de una maleta.
-¡Vaya, Doctor! ¿Pero usted ha sido joven?
-¡Qué impertinente es usted, Señor
Director! No sé cómo los músicos de su orquesta lo soportan.
-Adoran mi fina ironía.
-Bueno ¿y la historia?
-Tú tranquilo, Abogado; que de ella no nos
libramos.
-Muy a su pesar, Director, la contaré. Creo
que al Poeta, al Abogado y al… Meditador de áticos, les interesa, a juzgar por
sus caras.
-Que no sea por mí.
-Tenía dieciocho años.
-Eso es empezar bien.
-No lo dude, Poeta; yo he tenido en algún
momento de mi vida dieciocho años. Pues eso; mis padres se iban de viaje y ya
habían preparado el equipaje. Yo me iba por mi lado de fin de semana con mi
coche y una pequeña maleta que ¡Oh infeliz coincidencia! era igual que la
maleta en que mi madre llevaba los planos de un proyecto que, aprovechando el
viaje, iba a presentar en Dublín.
-Es lo que tiene ser de familia rica; la
variedad automovilística.
-No sea pedante, Abogado. Era fin de semana
y yo cogí el coche y me fui a la sierra, sin saberlo, con los preciados planos
en la maleta. No tenía costumbre de dar referencia a mis padres de los
paraderos de fin de semana. Cuando llegaron a Irlanda y mi madre abrió su
maleta, se armó un lío monumental. Ese fue el inicio de un divorcio anunciado.
De vuelta a casa, en los meses siguientes, cada vez que surgían disputas, la
maleta era el tema central; ya que mi madre culpaba a mi padre por habernos
comprado el mismo regalo de cumpleaños que, como se pueden imaginar, era la
dichosa maleta. Mi padre, en descargo de su culpa, decía: “No se pueden mezclar los negocios con el placer”; y se quedaba tan
ancho; mientras mi madre desesperaba por haber perdido, según decía ella “El gran proyecto de su vida”, a su
juicio, vital para su carrera.
-Curiosa historia, Doctor. Pero la mía es
mucho más divertida. Dirigía por aquel entonces una banda de música y nuestra
misión era tocar en el recibimiento de unas autoridades en la estación de tren.
Cuando el Señor Ministro iba a salir del vagón acompañado de su séquito y
nuestros bellos acordes, tropezó con la pequeña maleta que una señora había
dejado en una esquina mientras se ocupaba de su hijo, y se pegó tal batacazo
contra las escaleras que aún hoy me duelen los dientes sólo de pensarlo.
-Pobre Señor Ministro. Seguro que tuvo que
estar unos cuantos meses sin poder degustar como es debido mariscos y carnes de
esas que están prohibidas habitualmente para la economía de los demás mortales.
-No lo dude, Abogado. Tal y como se partió
la boca, seguro que la pajita fue su compañera inseparable durante una buena
temporada.
-¿Y usted, Meditador de Áticos, tiene
alguna anécdota?
-No. Pero creo que una maleta es mucho más
que una simple anécdota. Una maleta es…
-¿Le pasa algo?
-No, nada, Doctor. Si me disculpan, estoy
algo cansado.
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