UNA MALETA Y LA LUNA - IX
El Meditador de
Áticos. Curioso nombre se le ha ocurrido al Doctor para mí. Aún deben de seguir su
charla en el viejo caserón de la Señora Asunción. Son una cuadrilla curiosa.
Recuerdo la primera vez que me invitaron a su tertulia. Ellos ya maduros; yo un
joven con ganas de aprender y descubrir. Nunca olvidaré lo que allí se habló.
Cada palabra sigue vigente en mí. Probablemente la mejor tertulia de todas. De
hecho, siempre la recuerdo con entusiasmo y precisión. Cuando llegué me
recibieron con amabilidad y prosiguieron su charla.
-¿Sabe cuáles son los elementos más dañinos
de la sociedad, Doctor?
-Ilústreme, Abogado.
-Al contrario de lo que se pudiese pensar,
no son aquellos individuos radicales en los diversos aspectos de la sociedad;
que también. Los humanos más dañinos de la sociedad son aquellos que van de una
cosa y son otra. ¿Me explico?
-Creo entender.
-Es sencillo. Por ejemplo, un violador
disfrazado de correcto padre de familia. Por ejemplo, un pederasta disfrazado
de correcto y devoto religioso. Por ejemplo, un dictador disfrazado de
proletario.
-¡Menuda galería, Abogado!
-Ustedes saben también como yo, Señor
Director, que vivimos en una sociedad hipócrita que, bajo un reluciente barniz
de supuesto bienestar, esconde las pestilentes cloacas de la naturaleza humana.
Hasta el punto de que, muchos individuos creen ser estupendos ciudadanos y
están encantados de conocerse; siendo lobos disfrazados de corderos. En algunos casos, los más humildes obreros de cualquier
sector de la sociedad sin ir más lejos. Creen en los derechos de igualdad, luchan por las supuestas
libertades; pero, cuando llegan a su casa, son unos tiranos que tratan a su
mujer y a sus hijos con el “ordeno y mando” de los más crueles dictadores. A
los ojos de la sociedad son ciudadanos ejemplares, normales y sencillos; pero
en su fuero interno habita un tirano que, si tuviese poder, lo ejercería
implacable sobre todos aquellos que no beneficiasen sus intereses.
-Usted y su poca fe en el género humano,
Abogado. Todos somos un poco dictadores. No cree.
-Ya, Poeta. Pero mi referencia va
encaminada a esa doble cara que muchos individuos tienen. Esos son los verdaderamente peligrosos. Aquellos que,
cuando estalla el conflicto, señalan con el dedo a quien detestan para que sea
fusilado sin miramientos; lavándose las manos, mientras la sangre de inocentes
cae en otras. En mi carrera de abogacía estoy harto de ver cosas de ese tipo.
También ustedes lo pueden comprobar cuando la noticia de un drama salta a los
medios. “Parece mentira. Era un hombre tan agradable” “Siempre daba los buenos
días con una sonrisa”. “Pero si era un vecino ejemplar”. El mundo es un nido de
hipocresía e ignorancia.
-Todos tenemos una doble cara; o infinitas.
-Cierto, Doctor. Pero estoy de acuerdo con
el Abogado en su idea. La lacra social está en no manifestar esas caras cuando
afloran en nosotros; sino mantenerlas ocultas ex profeso, dando una imagen
radicalmente contraria de lo que somos y sentimos.
-Señor Director, yo también puedo estar de
acuerdo con eso. Pero, en mi condición de Poeta, creo que la solución, de
existir, pasaría por dos premisas fundamentales. Una: Tener sentido del humor.
Y dos: Tener sentido del amor.
-Me atrevería a decir, Poeta, que es más
importante el sentido del humor que el del amor. La vida es tan relativa como
corta. No tomársela a broma es un despropósito.
- Las dos constantes cervantianas en el
Quijote. Ese amor por Dulcinea que es motivo de todas las cuitas de Don Quijote
y el sentido del humor que invade esa gran obra de la literatura.
-Usted y su Hidalgo de la Mancha, Doctor.
Siempre acaba mencionándolo.
-Cómo no. Díganme, señores; ¿conocen mayor
ingenio y belleza en la literatura que esas aventuras de un orondo escudero y
un escuálido viejo manchego?
-Ya sabe que yo soy más de la Odisea.
-Me hago cargo, Poeta. Pero esos griegos
son demasiado intensos. Sin quitar méritos a Homero, debo decirle que Cervantes
tiene los dos sentidos mencionados a partes iguales en su Don Quijote.
-Sólo así es soportable la vida en ciertas
ocasiones, con sentido del humor.
-La vida no es soportable de ningún modo,
Señor Director. Llevo treinta años ejerciendo la medicina y sólo es posible
seguir adelante con ciertas dosis de humor.
-Yo llevo casi los mismos ejerciendo la
abogacía, y verdaderamente el sentido del humor es lo más recomendable.
-Creen que sus profesiones son intensas.
Prueben a pensar por un momento en vivir para crear versos. No les hablo de ser
poetas a tiempo parcial, creadores temporales. Les hablo de vivir para el arte.
-Usted siempre tan intenso. Por mi parte,
lo mejor es dosificar esa intensidad y tomar como norma bajar la batuta con
precisión y frialdad.
- ¡Pero bueno! ¡Qué dice!
-Tranquilo, Doctor. La mecanización también
existe en el arte.
-¡Usted no es un artista ni es nada!
-Nunca le había visto tan cabreado, Poeta.
No se altere así.
- Gentes como usted, Señor Director, dan una imagen de los artistas superflua y falsa. Menos mal que la mayoría de
los directores no son como usted. ¡Me asquea!
-A mí me va muy bien.
-¡Con
su pan se lo coma!
-Ya me lo como ya. ¡Gran Poeta!
-Tranquilícense, señores.
-Déjeles, Doctor. Están mostrando sus
verdaderas caras, y eso es bueno.
- No lo dudo, Abogado.
En esta tertulia no hay lugar para la
hipocresía. Bien, Poeta, el Señor Director no va del todo desencaminado en su
forma de ver el oficio de la música. No es nada nuevo lo de su vinculación con
las matemáticas. Ya Pitágoras estableció baremos de medición…
-Un momento, Doctor. ¿De qué está usted
hablando?
-¿Y su poesía? ¿Qué me dice de su poesía?
Esa métrica esencial
-Todo es susceptible de esquematizarse. No
lo dudo, Doctor. Pero el verdadero arte emana de algún lugar desconocido. Si
fuese posible reducir a pura matemática la obra de arte, todos seríamos genios.
-En eso lleva razón, Poeta.
-Y usted, joven, ¿qué opina?
Por primera vez me dieron pie en la
tertulia. Lo hizo el Doctor en un tono desenfadado.
-Opino que la genialidad no se puede medir,
ni cuantificar. Tal vez por eso haya tanto fraude…
Intervine de un modo titubeante. A pesar de
ello, y aunque en el momento de hacerlo no lo aprecié, mis palabras fueron
claves para que aquellos conversadores compulsivos me invitasen, desde entonces,
a participar siempre en sus tertulias
-Muy acertada esa opinión.
-No lo dudo, Abogado. Pero la clave radica
en ¿quién decide dónde empieza el genio?
-En eso lleva razón, Doctor.
-No dudo que sea una pregunta procedente,
pero, como poeta, considero que es la historia quien tiene la última palabra.
-Largo me lo fiais.
-Es así, Señor Director.
-¿Y los genios que han muerto en la sombra?
¿Los genios anteriores a la Edad Media? ¿Duda que las Cuevas de Altamira hayan
sido fruto de la mente de un genio?
-La vida es cruel. La medicina que ejerzo
puede curar algunas enfermedades, en la mayoría de los casos paliar los
síntomas, y en otros muchos nada puede hacer por salvar al enfermo. Un día todo
termina. ¿Qué valor tiene el arte y la genialidad? Ninguno; como todo lo demás.
-Ya me ha deprimido, Doctor.
- Es su condición de poeta.
-Amigo Poeta, no se deje llevar por las
palabras del Doctor. Ya sabe que le gusta dramatizar y llevar las cosas al
límite…
-A usted lo que le pasa, Abogado, es que
está demasiado habituado a ganar pleitos.
-Un hombre de ciencia y un hombre de letras
disertando sobre la finitud del mundo y sus misterios. ¡Sólo la música nos
puede consolar de la evidencia!
-Ya estamos, Señor Director, arrimando el
ascua a su sardina. ¿Cuántos seres humanos ha salvado la música? ¿A cuántos ha librado de la cárcel?
-Más de los que ustedes se creen, Abogado.
La música…
-No se ponga melodramático. ¿No decía que era
matemática pura?
-Las ciencias también entrañan
sentimientos, Poeta.
-Tiene razón, Señor Director. ¿No hay un
halo de mágica poesía en la teoría de la relatividad? ¿Cuántas obras literarias
de ciencia ficción ha generado?
-¡Lo que me faltaba!
-Tranquilo, Poeta. Cada raposa se mira su
cola.
Entonces, el Poeta cambió su tono de voz, y
todos escucharon con atención sus palabras a las que siguió un prolongado
silencio antes de retomar la conversación. Cabizbajo, susurrante, el Poeta
impregno el ambiente sin pretenderlo de incertidumbre y desasosiego.
-¿No les ha pasado? Son breves momentos en
la existencia. Ínfimos si los comparamos con el recorrido vital. Pero, cuando
tienen lugar, parecen trasladarnos a una eternidad indescifrable; misterioso
laberinto que no osamos transitar. Probablemente por temor a lo desconocido, a
esos monstruos del olvido y la sinrazón. ¿Quién puede descifrar esos instantes?
Si algún humano lo lograse, sería como derramar la esencia de la vida en un
pantano infectado de vanidad e hipocresía. Entonces, para qué preocuparse. Por
morbosa curiosidad. Para bañar de vez en cuando nuestro ego minúsculo ante la
inmensa grandeza del universo. Cuando en mañanas que se prometen espléndidas
observo las partículas de polvo bailar una danza desacompasada sobre la
estrecha línea que un rayo de sol traza en el aire, me pregunto si este planeta
colmado de humanos pretenciosos, no es acaso eso; una diminuta partícula
flotando en el otoño de un universo oscuro e infinito. El hombre ha conquistado
tierras, exterminado animales, arrasado bosques. Y, sin embargo, no es capaz de
poseer ni una diminuta parte del aire que respira. Ese que le da la vida y a la
vez oxida sus células. ¿Pata qué disertar sobre lo divino y lo humano? No hay más
mundo que el que la vista alcanza. Lo demás son puras pretensiones de eludir
una realidad incuestionable. Todo nace y todo muere. Todo tiene un principio y
un final. Vida o materia están condenadas a formar parte de un ciclo que, muy
probablemente, sea mucho más arbitrario y absurdo de lo que los científicos nos
quieren hacer creer. El hombre, en su vanidad, intenta explicar el mundo. Y el
mundo sonríe enviándole la sinrazón de su destino. La vida es una película que
siempre acaba mal; porque acaba. El hombre ha convertido cada vez más el vivir en
un sofisticado juego de jeroglíficos para sosegar su inquietud por lo finito de
su existencia. Es todo mucho más simple. La vida es sólo una palabra. Una
palabra extraña que, a fuerza de repetirla, se ha convertido en una realidad
para un homo sapiens que encuentra en ella la única tabla de salvación para
poder salvarse de un naufragio evidente. Un naufragio tras el cual no nos
espera ninguna isla. Sólo el incierto drama del No Ser.
A las palabras del Poeta siguió un largo
silencio. Han pasado muchas décadas desde entonces. Aquel día, el joven que yo
era, vio como se habría todo un horizonte que influiría de forma determinante
en su vida. Gracias a ellos, aprendí a pensar y meditar de una manera ecléctica
sobre todo aquello que rodeaba mi existencia.
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