LA FANTASIA DEL PODER Y LA TELEVISIÓN
La Cualidad
supuestamente exclusiva del ser humano frente a las demás especies que pueblan
la tierra de anticiparse a los posibles acontecimientos venideros ha
condicionado la historia de la humanidad. Todo el entramado social que
padecemos en la actualidad viene dado por esa característica. Así, los elegidos
por unos y otros para regir los destinos de nuestra sociedad, juegan con los
miedos e incertidumbres del ciudadano que asiste a una puesta en escena cada
vez más sofisticada y truculenta. Pero, lo cierto es que, el futuro es
impredecible, por su condición de inexistencia. Hablar de promesas basándose en
políticas probablemente beneficiosas para los ciudadanos es intentar construir puzles
invisibles en base a ideas preconcebidas. Las sociedades
avanzadas se hallan más estratificadas que nunca, pero siguen respondiendo a
unos patrones arcaicos. La condición sine qua non para el fenómeno del líder
político es que existan individuos de verbo fluido que tengan ambición de
enarbolar los destinos de una sociedad (Destinos, ¡qué plural tan insulso e
irreal! Si ya la palabra en singular es ambigua, su plural es falazmente
demoledor. Ya que, si entendemos el destino en su acepción de meta o punto de
llegada, este sería lo que está por venir, de tal modo que su inexistencia es
manifiesta, y pudiese no fraguarse nunca)
Como decía, unos individuos con ganas de liderar y una masa ciega y
sorda, dispuesta a seguirlos hasta las últimas consecuencias. No deja de ser
curioso el hecho de que la mayor parte de las veces, la gente desconfía de sus
vecinos e incluso de algunos familiares, pero no tiene inconveniente en seguir
apasionadamente a un señor o señora que habla desde una tarima, pero jamás le
ha mirado directamente a los ojos. Uno, que no ha conocido nunca más pasiones
que las del sentir y del saber, asiste al espectáculo de oropel que, una
sociedad, en un porcentaje muy elevado de individuos, enferma de ignorancia,
aúpa y consiente. Es la representación teatral de un entramado político que, no
sólo juega con nuestro dinero, sino con nuestras ilusiones y sentimientos. Y en
esta nave de locos, la televisión tiene un papel esencial. Aunque algunos,
pretendidamente eruditos, hayan querido denostarla; ha sido, junto con el cine,
un elemento indispensable de culturización de generaciones como la mía; la
maravilla y la condena que nos ha traído el mundo al interior de nuestros
hogares. Pero, en un ejercicio de autoinmolación, esa televisión se ha ido
degradando en aras de esa fantasía de poder, dando cada vez más preponderancia
a la levedad y la mediocridad en sus pantallas. En ella, no son los ancianos
sabios (el labrador, el marinero, el viejo maestro) aquellos que hablan desde
la universidad de la experiencia y de los que tanto se puede aprender cuando se
escucha con atención; no son ellos, ni los jóvenes talentos en artes y
ciencias, los que ocupan los programas reflejo de nuestros ciudadanos; sino
personajes imberbes, casi siempre de pocas luces y con un sentido superficial
de la existencia, los que acaparan horas y horas de televisión. A los
verdaderos sabios se los ha relegado en un rincón, como casi todo lo
importante; los creadores talentosos trabajan en la sombra o emigran a mejores
lugares, y a los ancianos se les ha
otorgado el lavado y patético título de tercera edad. Por supuesto, si algunos
de ellos realizan alguna habilidad insulsa pero impactante; entonces se les
dedica unos minutos perdidos de programación para que la gente se divierta con
ellos. Pero, el anciano que habla con la sabiduría del que ha vivido, desterrado
queda en su rincón olvidado. Sería extenso y arduo describir todas las
mezquindades de la maravillosa televisión; de la que sigo pensando que ha sido
y es un invento indispensable y didáctico para niños, jóvenes y adultos.
Finalizaré con el ejemplo que considero más sangrante, que es el de los
informativos. Ellos han encumbrado a los políticos a las cimas del desvarío. De
tal suerte que dedican la mayor parte de su duración a hablar de las
banalidades realizadas por nuestros dirigentes y, sin embargo, la labor de los
escritores, músicos, intérpretes, y otros creadores, queda relegada a la nada
más absoluta; salvo, eso sí, que la cadena de turno haya destinado algunos
ingresos para una producción concreta. Si un político estornuda, nos lo cuentan
durante diez minutos; si muere un escritor o un actor, sueltan al final del
informativo una reseña de diez segundos sobre la música final, en un acto que
hasta se me antoja despreciativo. Si dos políticos se reúnen, eso requiere un
programa especial; si muere un premio nobel, apenas se molestan en reseñarlo
por el aire; como si fuese pecado la cultura. Los escasos programas de cultura
de alguna cadena, siguen emitiéndose en su mayoría a horas intempestivas, como
clandestinamente; ¡no vaya a ser que alguien se culturice! Es como un insulto a
la inteligencia de las personas que durante el día están en sus casas. Como si
creyesen que son idiotas y no puedan saber y querer saber más sobre las artes y
las ciencias. Los referentes en nuestra infancia eran personas como Félix
Rodríguez de la Fuente; las tertulias tenían escritores, científicos, actores.
¿Qué hemos hecho con nuestra televisión? ¿En qué preciso instante comenzó la
degradación? Claro que hay que dar cabida a todo el mundo en televisión. Pero, ¿dónde
está la ley de la proporcionalidad? ¿Cómo van a ser los niños de hoy en el futuro
teniendo como referentes la cara de nuestros políticos y las opiniones de
imberbes ciudadanos que piensan que un libro es un elemento decorativo? Se
habla mucho de la muerte del cine, del teatro, de los libros. Ahora es muy
estupendo decir que hay que adaptarse a las nuevas tecnologías; cuando en
realidad creo que detrás de esa frase se esconde una nueva forma de esclavitud
ante una falsa libertad. Todos son fuegos artificiales para seguir ejerciendo
poder sobre lo que consideran plebe. Gentes que formamos parte de una sociedad
que, en aras de un falso progreso y al abrigo de lo políticamente correcto, ha
ido transformando a los individuos en seres cada vez más intolerantes hacia
aquellos que no son como ellos, que no piensan como ellos, que no siguen las
corrientes de supuesta evolución social. Personas cada vez más atadas por sus
miedos y represiones pululan a diestro y siniestro, como si los movimientos que
soñaron con la libertad en el siglo XX hubiesen sido unos espejismos perdidos
en la noche de los tiempos. A pesar de todo, el hombre sigue siendo el mismo de
hace cien, doscientos o mil años. Por eso, hoy leeré un libro, oiré música en
mi vieja cadena, contemplaré el cielo y el verdor de la tierra, veré la
televisión que me dé la gana, dedicaré una parte muy breve de mi tiempo en
viajar por internet, sobre todo para aprender algo nuevo o enterarme de cómo
está alguna gente que aprecio en la red, y poco más. La vida es mucho más
sencilla de lo que nos la están contando. Sólo hay que olvidarse de la fantasía
del poder. Si es posible la existencia de algún poder, radicaría en uno mismo y
no demasiado. Ya que lo único que poseemos es este instante que, al tiempo que
lo vivimos, se desvanece. Un presente que, mientras escribo, se diluye irremediablemente entre
mis manos.
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