UNA MALETA Y LA LUNA - EL SUEÑO - XXXV
EL
SUEÑO
Estoy solo en un extenso páramo cuya piel
agrietada habla de una prolongada sequía. En la lejanía, un bosque de árboles
sin hojas, petrificados, esqueletos vegetales que algún fuego hostil abrasó
antaño. Las romas montañas graníticas de roca madre, vestigios del origen de la
tierra, se recortan en el horizonte. Repentinamente, el atardecer se llena de aullidos
guturales, coro tétrico y sombrío. Poco a poco, al tiempo que anochece, mi
vista cansada va vislumbrando las siluetas de vigorosos ejemplares de lobos en
manada, cánidos de belfos babeantes, colmillos afilados y ojos como brasas. Intento
huir sorteando las grietas del terreno, tambaleándome y tropezando deslavazado.
Una angustia profunda me envuelve. Los aullidos han cesado; ahora puedo
escuchar a mis espaldas sus jadeos enfebrecidos. Giro la cabeza y observo los
ojos encendidos fijos en la presa que soy yo. Eso hace que no vea donde doy el
siguiente paso y mis pies no encuentran asiento. Caigo al vacío en la negrura
de una grieta ancha y traidora. Desciendo violentamente, mi cuerpo se golpea
contra las oscuras y húmedas paredes; es tal el shock que ya no siento los
impactos, ni veo, ni oigo, ni huelo; sólo percibo un profundo amargor en mi
boca seca. Así, me voy sumergiendo a mi pesar, sin remisión, en un universo
extraño interior donde sólo hay derrota y olvido; hasta que, cuando he
asimilado que todo está perdido, comienza a llegar a mis oídos una música
lejana que primero siento como timbres de instrumentos aislados que aparecen y
desaparecen entrecruzándose, atropellándose, distanciándose; pero, poco a poco,
se hacen más patentes y comienzan a formar estructuras armónicas diversas,
también esbozos de melodías que se insinúan en motivos más o menos precisos,
quebrándose repentinamente la sensación placentera con irrupciones violentas de
metales incisivos, hirientes, en sus registros más penetrantes y más roncos. Ahora
estoy envuelto en un nuevo espacio no físico, ni siquiera psíquico; uno que
podría llamar Espacio Musical Indeterminado; sin dimensiones, ni las percepciones
de los sentidos habituales que el hombre suele manejar, salvo, lógicamente, el
oído. O, tal vez ni siquiera esta música este entrando por mis oídos. No, no lo
hace. Se está generando dentro de mí. Es la música de mi existencia o, dada mi
situación, sería mejor decir, de mi inexistencia. No lo sé. Todo mi Yo vibra en
cada escala, cada acorde, cada intervalo descubierto, cada modulación, cada
esquema rítmico. Hasta que se hace el silencio y despierto.
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