LO QUE QUEDA DE LA VIDA (MEMENTO MORI)
Yo no estaré. El
mundo que conocí, ese que fue sólo mío, se desvanecerá en la bruma de una
laguna oscura y tenebrosa. La vida es una broma banal que, apenas esbozada, se
diluye en un firmamento sin estrellas. ¿No veis los muertos? con esa quietud
tan fría y desencantada. Cualquiera diría que un día han sentido y han tenido
sueños e ilusiones. El consuelo del hombre es pensar que no olvida a sus
muertos, que sigue cuidándolos y brindándoles honores. Pero es una deformación
cruel de la realidad. Los humanos recuerdan sólo a los vivos; es decir,
recuerdan a esos que ahora son muertos y antes estaban vivos. Nadie, salvo
casos tenidos por excentricidades, rinde adoración al cadáver putrefacto, el
mondo esqueleto o las cenizas, como tales. Por eso, el hombre teme a la muerte;
porque los muertos quedan solos y olvidados. Nadie quiere ver la imagen de lo
que amo en unas cuencas vacías; sobre todo porque esa negrura circular les muestra
que un día también serán eso. Lo que queda de la vida es nada. Y, ese concepto,
imposible de explicar certeramente con el lenguaje humano, es una losa de
angustia para los vivos. Sobre las tumbas pasan las noches más apacibles y las
más tormentosas, los días más soleados y los más grises; la luna vierte su reflejo
de luz sobre las losas y el sol calienta los pétreos monumentos. El tiempo es
un concepto que se entierra con cada último hálito de los humanos. Se rompieron
las reglas en el Jardín del Final y, como una vaga ilusión, los que aún viven
intentan en vano ser dueños de sus existencias sentenciadas. Un día ya no
estaré. Entonces también quizá alguien me recuerde como soy en este instante en
que derramo palabras en el papel. Y, sin embargo, ya no seré más que los restos
del naufragio que, en esta travesía llamada vida, a todos llega con certeza
inexorable.
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