RELATOS ROTOS - X - EL MARINERO
Surcado, zaherido, perfilado por profundas, contundentes y rotundas arrugas,
el rostro moreno del marinero recibe el aroma del viento del Norte en su piel;
sentado en la roca con la pipa entre los labios. Lejos han quedado las
travesías por mares inciertos. Un cormorán moñudo se precipita en picado
sumergiendo su cuerpo bajo las aguas en una escena de libertad mágica de la
naturaleza. La tranquilidad de lo vivido es una pensión que no requiere
cotización ni esclavitud al trabajo, sencillamente se va labrando al discurrir
de los días asiendo la vida con intensidad, agotando las horas de vigor y sueños. El marinero calla porque es dueño de
silencios que son los ropajes que envuelven la experiencia. En la arena de la
cala cercana, unos niños juegan bulliciosos rompiendo la placidez del entorno.
El marinero semeja una estatua sobre las rocas. Así, hierático, va pasando la
jornada hasta que el sol del atardecer enrojece el horizonte para dar paso a
una noche de plenilunio. La pequeña cala ya está desierta y, en la noche
silenciosa, sólo un leve acariciar de espuma en la orilla rompe sutilmente el
silencio. El marinero gira la cabeza y observa un bulto que las olas del mar han ido abandonando con su vaivén en la playa. Entonces decide dejar la roca donde ha
pasado su jornada y baja a la arena dirigiéndose a lo que, pronto advierte,
parece un cuerpo regurgitado por las aguas. Su paso inicial firme, se torna
renqueante y dubitativo; el contacto de las botas con la arena húmeda añade un
sonido nuevo a la noche de luna. Está junto al cadáver que, boca abajo, aún es
movido levemente por las aguas. Entonces se agacha y lo gira con cierta
facilidad, lo gira y observa en él su propio rostro de muerte putrefacto, de ojos
abiertos proyectados a la nada que lo miran sin ver; y el marinero siente con
horror la vacuidad de la existencia, el abismo insondable del destino golpeando
su interior más profundo en un burla muda de dolor implacable.
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