RELATOS ROTOS - XI - UNA NOCHE
Pintura de Julio Mariñas |
En el viejo cuarto, a la tenue luz de una
vela, una pluma entinta el papel elaborando frases, intentando desgranar
conceptos y situaciones, buscando respuestas. La misma pluma que sirve para
escribir bellas palabras, también puede firmar sentencias de muerte. Los medios
creados por el ser humano poseen siempre esa ambigüedad manifiesta o
encubierta; pudiéndose elevar hacia lo bello y lo sublime o enfangarse en lo
execrable y mediocre. Y la pluma sigue deslizándose por el papel buscando la
palabra apropiada para reflejar el alma del que escribe. Fuera, la noche es de
una serenidad inquietante; como esos remansos fluviales que inopinadamente
acaban desembocando en peligrosos rápidos salteados de rocas cortantes y
letales.
Hay una mujer en el balcón del cuarto piso
del viejo edificio que amenaza ruina. Esta vestida con largo camisón de blanco
roto transparente y sus senos generosos se vuelven turgentes cuando la húmeda
bruma de la noche se posa sobre ellos; el pelo ensortijado mojado cae sobre sus
hombros y pretende abrigar su rostro marcado por el dolor de alguna ausencia.
Desde su mediocre atalaya, mientras posa un cigarro a medio consumir entre los
carnosos y sensuales labios, cree observa una sombra humana deslizándose
sutilmente entre las infinitas sombras de la ciudad dormida; al tiempo que una
lágrima solitaria recorre el rostro, como acentuando para el firmamento velado su
belleza olvidada.
Siempre amanece; hasta en las más negras
noches, cuando parece que los pájaros del sueño no nos abandonarán jamás, el
día hace sutilmente acto de presencia en el horizonte y comienza a desplazar
las sombras. La ciudad, lentamente, se va llenando de humanos que transitan de
la peor manera posible, con un destino prefijado.
En el cuarto piso que amenaza ruina, la
puerta que media entre el balcón, donde una paloma distraída se posa con
levedad, y el interior del cuarto, ha quedado abierta, y un rayo de luz baña el
cuerpo inerte y marmóreo de una mujer sobre las sábanas, mientras una línea
roja irregular ha quedado trazada descendiendo de sus muñecas, por el blanco
lienzo, hasta el suelo de ajadas tablas.
En el viejo cuarto, la luz del sol incide
reveladora sobre el escritorio donde una vela apagada a medio consumir custodia
los papeles desordenados que soportan el peso de un cuerpo vencido encima de
ellos. Es el cadáver de alguien que ha rendido su vida en un último trazo de
pluma confuso y desordenado.
Mientras, ya ha amanecido totalmente y la
ciudad es un caos de vida que globaliza, envuelve y oculta bajo su vestido de
amplias telas otras realidades profundas, anónimas, individuales; nada
interesantes para el falso escenario de lo civilizado. Pero volverá la noche.
Siempre vuelve. Y transitará una vez más la sombra que camina entre infinitas
sombras, y las ratas corretearán de nuevo los callejones tenebrosos, mientras, en
algún lugar, una mujer dejará que su cuerpo sea empapado por la húmeda noche al
tiempo que por su mejilla resbala una lágrima; y en un cuarto solitario,
alguien escribirá sus últimas palabras sintiendo que la vida se desliza entre sus
dedos.
Comentarios
Publicar un comentario