ESDEUNVIET - ESCENAS DE UN VIGO ETERNO - V - NINO EN LAS CÍES (Fragmento del capítulo I de la novela AQUEL VIGO LEJANO)
Dibujo para la novela sobre la Reconquista de Vigo "AQUEL VIGO LEJANO" |
En la más septentrional de las
Islas Cíes, por su cara Norte, allí donde la verticalidad de los acantilados
hace casi imposible el recorrido para ningún ser humano, donde un poderoso
Océano Atlántico desata sus iras en los días de tormenta y mar brava, hiriendo
las graníticas moles isleñas que surgen de las aguas y abriendo cada día un
poco más el corazón de las profundas furnas, gigantescas cavernas en las
entrañas del duro granito; Nino se movía con soltura y agilidad pasmosas. Sus
miembros largos alcanzaban los salientes y sus huesudas manos y anchos pies se
asían a las ásperas piedras con inusitada facilidad. Con el pantalón gris
remangado por encima de los tobillos y la camisa blanca sucia y hecha jirones,
Nino se mimetizaba con el entorno como si fuese parte de las rocas. Quien
hubiese podido contemplar al muchacho de doce años desafiando al vacío en
aquella sierra de laderas verticales, sin duda no habría dado crédito a la
escena. Pero, para Nino era algo habitual. Finalizando abril, con la llegada de
la primavera, por la mañana temprano,
salía del puerto de Vigo la dorna de Xoan y El Pesco, dos curtidos marineros.
El primero era alto y desgarbado; de su estrecho tronco con el pecho hundido
salían dos largos brazos dibujados con abultadas venas que remataban en unas
gigantescas y huesudas manos; los pequeños ojos grises, una larga nariz
aguileña y el fino pelo blanco que le caía por la frente, dejaban entrever un
carácter huraño y reservado. El Pesco era todo lo contrario; su metro sesenta y
cuatro parecía mucho menos, debido a los anchos hombros y las cortas
extremidades de poderosos bíceps; asomaba por la camisa la espesa mata de pelo
que cubría su pecho, y protegía su monda
cabeza de las inclemencias del tiempo con una gorra que, decía, era herencia de
su padre; de carácter abierto, lucía en su rostro una barba rubia muy cuidada;
sus ojos eran grandes y azules, de mirada analítica y limpia. Todos los días desplegaban la vela latina y
navegaban los casi quince kilómetros que separaban el barrio del Berbés de Vigo
de las Islas Cíes. Una vez allí, dejaban al joven Nino en la playa de arenas
blancas y aguas cristalinas, mientras ellos se dedicaban a pescar.
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