LAS CHICAS DE LA MÚSICA


    Ellas tenían la edad de los sueños. Juntos no bañamos en recónditos parajes donde los ríos remansan sus aguas bajo la sombra de frondosos alisos y robles. Sus cuerpos eran frutos de terciopelo y miel. Nunca el destino fue tan benevolente ni el azar tan caprichoso como en el tiempo de las Chicas de la Música. Los mismos labios que hacían surgir dulces melodías de fríos instrumentos, también se abrieron para los besos, a veces inocentes, otras lascivos. Los mismos ojos que observaban bajo las luces de una verbena en pueblos remotos, también desprendieron fuego en un íntimo abrazo al ritmo lento de la música. Sus cuerpos, gráciles o voluptuosos, se tendían al sol de estío con la inconsciencia que da la juventud. Cómo no amar las suaves líneas en los atardeceres calmos, en las noches estrelladas, al despuntar el alba. Entonces, no existía el olor marchito de rosas que se fueron, porque todo era nuevo e irreverente. Y así se fue fraguando una vida de versos que han quedado flotando sobre el intenso aroma de otros tiempos. Hoy, como entonces vosotras me enseñasteis, aún no he dejado de evocar los juveniles sueños que creímos eternos y en el presente sólo son una brisa lejana de otros tiempos.

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