EL TIEMPO, TÚ Y YO
Y ese aroma de
fresca juventud entre sábanas blancas, cuando los dioses descendían cómplices
para posarse sobre el lecho; los gorriones revoloteando cerca de las ventanas
aún maquilladas por la escarcha nocturna; en el tiempo en que los vientos
norteños golpeaban con furia inusitada las puertas viejas de la antigua casa,
pero nosotros éramos inmunes a su virulencia, su implacable fuerza que una y otra
vez hostigaba los cimientos del hogar; flotábamos, incansables y eternos
devoradores de prohibidas hazañas, sobre el abismo del mañana, sin percatarnos
de la estremecedora negrura que bajo nuestros pies crecía; hasta que llegó la
noche tensa, el labio mudo, el puerto baldío al que no arribaban ya los barcos
de antaño; y el delirio de amor se hizo más fuerte que el tiempo, más intenso
que el paso irrefrenable de los años sobre nuestras quimeras; así, hasta
concluir borrachos de pasión una vez más, para evocar de nuevo los años vacíos
de penumbras, plenos de vida y sueños; mientras el mundo gira y gira en su
insaciable canto de vanidad, tú y yo, aquellos de la primavera radiante y
juvenil, seguimos cultivando el bello canto de las sábanas blancas donde se mecen
para la eternidad nuestros espíritus tiznados de un fulgor eterno.
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