RELATOS ROTOS - XIX - BAJO LOS SOPORTALES DE LA LEJANA CIUDAD ANTIGUA



    Los cabellos castaños mojados por la lluvia abrazaban tus bronceadas mejillas. Bajo los soportales de la lejana ciudad antigua buscamos el refugio después de haber corrido las empedradas calles al vernos sorprendidos por una repentina tromba de agua veraniega. Y así, abrazados en la semioscuridad, sintiendo el calor que emanaban nuestros ardientes cuerpos a pesar de las ropas empapadas, no dimos mutuo abrigo al tiempo que crecía en nosotros un deseo incierto, vacilante; de esos que aún tienen la esencia de los primeros despertares que dan paso a la lujuria y el desenfreno. Fue anocheciendo lentamente, con una languidez propia de románticas historias, mientras tus almendrados ojos, pozo de infinitos misterios, ahondaban en los míos. En besos entregados, húmedos, eternos; bebí la savia de tus carnosos labios. Ocurrió en un atardecer de estío. Cuando paseábamos tranquilos, amigos y cómplices de ilusiones y sueños. Una lluvia repentina nos hizo emprender la huida en busca de refugio. Hasta que llevamos nuestros pasos hasta los soportales de la lejana ciudad antigua. Entonces, todo cambió súbitamente, con esa virulencia inesperada que ocurre rara vez a lo largo de una vida. La pasión tiene esos extraños matices. En esta ocasión acechaba escondida y no lo descubrimos hasta que el aguacero caló nuestros sentidos. Al correr de los años, he regresado en varias ocasiones a la lejana ciudad antigua. Distraído paso junto a los soportales y, con disimulo, lanzo una furtiva mirada a las piedras en apariencia vacías; pero llenas en su esencia de ti y de mí en aquel lejano día lluvioso de un verano.

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