RELATOS ROTOS - XXI - EVOCACIÓN NOCTURNA
No podía ser más
oscura la noche, ni más negros los cimientos que la sostenían sobre la ciudad
perdida; mientras, ella recorría sus desiertas calles con paso indeciso, los
tacones quebraban un silencio denso de humedades y desencantos, haciendo eco en
las vacías estructuras junto a las que pasaba, naves abandonadas de cementosas
columnas sin acabar de revestir, esqueletos de colosales edificios que se
alzaban hacia el cielo, cuyas cuencas negras semejaban ojos siniestros que la
observaban impúdicos; Elsa detuvo sus pasos para encender un cigarro; en sus
manos delicadas y bien cuidadas, el zippo apenas alumbró la esquina del muro
donde por un instante reposó su esbelta espalda manchando el abrigo gris, envoltorio del
vestido rojo que cubría un cuerpo de curvas insinuantes; junto a ella pasó un
borracho tambaleante que la obsequió con una mirada furtiva no exenta de un
desprecio incomprensible; después de la primera calada al cigarro, continuó su
camino falsamente repuesta del frío nocturno que iba calando en su cuerpo
inundándola cada vez más de una sensación de desasosiego; el parque, pulmón de
la ciudad, estaba en absoluta oscuridad
y parecía un pequeño y misterioso bosque en medio de la metrópolis, latía en la vegetación, apenas visible gracias a las tenues luces de los edificios más
cercanos, la furia contenida de mil espectros que pugnaban por salir de su
encierro, tal vez alegóricas criaturas de las vanidades, los odios, la
frustraciones de los habitantes de la ciudad que dormía ajena a los misterios
de otras realidades ocultas por la civilización y sus desencantos; Elsa pensó
en él una vez más, en el tacto de sus yemas sobre su piel, en la lascivia y el
desenfreno de las horas vividas que ya no volverían a renacer; pero, de
repente, al doblar una esquina, frente a ella apareció; estaba a pocos metros y
su profunda mirada la penetraba como tantas veces; el destino tiene esas
casualidades que ni el mejor guion de cine podría superar; hablar sería
demasiado pueril; los años habían caído como losas sobre los días felices; Elsa
sintió en la mirada de aquel hombre al que tanto había amado un juventud
diluida, lejana, perdida en el abismo de los días; le sonrió
acariciante; ahora la noche se había vuelto cálida, como si aquellas primaveras
de antaño regresasen todas juntas para anidar en el breve instante en que los
dos se observaban; del portal junto al que él estaba, salió una mujer de
belleza salvaje, asió el brazo del hombre y juntos se perdieron en la noche;
pronto regreso el frío y una humedad creciente se fue apoderando de nuevo del
ambiente; Elsa continuó su camino por las aceras empapadas de soledades y sueños,
sinuosas sus formas estilizadas se movían por las calles de la ciudad desierta;
no podía ser más oscura la noche, pero en sus labios quedó esbozada una leve
sonrisa de irónica aceptación hacia la vida y sus misterios.
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