EVOCACIÓN
Aquel juego que tú y yo jugábamos
en el páramo perdido de una adolescencia temprana. ¿Recuerdas? Princesa
virginal que asomabas tu níveo rostro al balcón del viejo arce desnudo de hojas
secas. Fue así hasta que llegaron las
hordas de más allá del Río Negro; rugiendo asomaron por las yermas lomas del olvido.
Venían de los pantanos de aguas pútridas donde duermen moribundos los “te quieros primeros”. Y se petrificó la
aurora en nuestro vagón de sueños. Aquel desde el que vimos el alba de nuevos días
de ternura y embriaguez; el mismo desde el que contemplamos ocasos voraces y
lascivos. No se puede nunca parar el tiempo, pequeña. Pero, ese tren en el que
recorrimos ilusionados las llanuras que rinden su piel al paso de los días, aún
sigue traqueteando en algún lugar escondido en el rincón callado donde gravita
el alma y sus misterios.
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