VENTANAS

    Un aroma sutil entra por la ventana del viejo cuarto. Paredes libres de adornos; salvo algunas manchas de humedad. La noche tiene silencios inexplicables. Son como junglas desoladoras. No se perciben músicas; pero están ahí. No se escuchan voces; pero hay lamentos de penumbra. Hace un frío desierto de ilusiones Queda el consuelo de que amanecerá. Siempre amanece. Más tarde o más temprano, vuelve a brillar el sol. Pero ahora, desde mi ventana, veo un hombre caminar en la oscuridad bajo la nieve que no cesa de caer. Parece llevar un alma desgarrada bajo su larga gabardina. Tantas noches como esta me acerqué a otras ventanas hoy lejanas. La ventana de niñez inquieta por la que podía ver las luces de una ciudad entonces enigmática para mí. La ventana de la pensión escondida, después de la lucha de los cuerpos que se encuentran en el torbellino incontrolable del deseo; ventana que daba al viejo callejón donde un borracho tambaleante cargaba su amarga mochila de sueños desvanecidos. Por una ventana similar, en una habitación hoy perdida, se escapó mi juventud con nocturnidad y alevosía, arropada por las musas del abismo donde los sueños bailan su eterna danza de evocaciones rotas. Acodado junto al pequeño ventanal de ático olvidado, un anciano artista recuerda, con ojos húmedos que lanzan su mirada al vacío de las horas, su ayer agrietado entre melodías rotas y versos desgarrados. Es una página escondida en el torbellino de un mundo ajeno y superficial.


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