EL CULEBRÓN SANGRIENTO

    Nuestra sociedad ha cambiado. ¡Vaya si ha cambiado! Los escenarios de telenovela se han trasladado al panorama político. Los informativos se han convertido en una suerte de mensajeros del rodaje continuo de una historia de ricos, villanos, falsos profetas, traedores y llevadores de la felicidad. Lo más doloroso es que, en los antiguos culebrones, todo era una ficción que se disipaba al finalizar la media hora de emisión. Sin embargo, los representantes de la política actual trabajan incesantemente para ser el centro de atención de una sociedad a la que, incomprensiblemente, han conseguido adormecer con tanta mentira, hipocresía, dejación de sus funciones y lapidación del patrimonio que es de todos. La inmensa mayoría de los que tienen en sus manos el timón de la sociedad se dedican a vivir una vida de lujo y diversión, mientras predican austeridad. El gran sistema globalizador de todos los sistemas, que es el sistema de “Voy a apilar dinero y más dinero, sin importarme de si eso provoca pobreza, miseria y humillación para una inmensa mayoría de mis semejantes”, ha venido para quedarse. Y el mundo se ha convertido en un basurero donde la ética, la palabra dada, el honor que hace del ser humano un animal de principios, se ha disipado. Y, cuando asoma, lo hace disfrazado de falso buenismo en corrientes sociales a favor de esta o la otra causa. Sólo humo en el que intentamos atenuar el horror que nos produce tanta maldad y odio generados por nuestra especie. Como tantas otras frases que se instauran en la raíz de la sociedad y son el alma de lo políticamente correcto, las que dicen “Todo es política”, “Políticos somos todos”, han señoreado los últimos tiempos dando lugar a una masa en su mayoría aborregada que sigue a este o al otro líder como si no hubiera un mañana, y todo aquello que invite a una reflexión y no vaya acorde con las ideas de los diversos movimientos instaurados en el panorama general, es desechado. Así, dirigentes que apenas saben hablar, otros que hablan muy bien sin decir nada; arrastran a los ciudadanos a sectarismos, confrontaciones y crean divisiones cada vez más pronunciadas entre los humanos. Mientras, ellos siguen disfrutando de las mismas prebendas, privilegios; a costa del sudor de un gran número de ciudadanos que, aun así, los veneran y ven en ellos a los mesías. Lamentable, triste, sin solución.
    Un bucle de guerra y explotación sustenta un sistema en el que, al final, siempre son los mismos los que sufren, para que unos pocos vivan a cuerpo de rey. Contemplo un escenario tan mediocre que, toda esperanza es un vago espejismo. Alejar a los ciudadanos de la cultura, es la clave para dar lugar a generaciones de gentes que no piensen y sean maleables. Muchas matemáticas y nada de filosofía. Poner la cultura a precios de lujo y que la televisión sea un campo de hechos políticos; donde la literatura, música y todo tipo de manifestaciones artísticas sean inexistentes o apenas ocupen unos pocos segundos al final de un informativo; es la clave para seguir adocenando al personal.
   La otra gran falacia es la máxima “El mundo ha cambiado”. Como si eso fuese la justificación a la falta de tertulias y programas críticos sobre la condición humana. Los elementos claves para tener a la masa adocenada, son que el trabajo asfixie a la persona. Poco tiempo libre es poco tiempo para vivir y para pensar. Que la información contribuya a la inquietud y al miedo, para evitar que las gentes puedan sentirse libres para meditar. Que todos los objetivos se ciernan a unas ideas fijas; cuando más concreción y cierre, mejor. No es bueno que las masas se abran al mundo. No vaya a ser que la riqueza y variedad de otras gentes hagan ver que los seres  humanos habitamos una tierra bella y complejamente rica. Lo que más sorprende de todo esto, es el increíble convencimiento de todos los grandes señores que manejan nuestros destinos de que van a ser eternos. Enfrascan a las personas en frívolas cuestiones políticas que nada tienen de interés para la verdadera esencia de los seres humanos. Y, imagino que al descubrir que sus millones no pueden comprar el tiempo ni la inmortalidad, se cabrean, y emprenden guerras sin ton ni son para fastidiar a todos, mientras ellos siguen intentando evitar lo inevitable, su fin.
    Que siempre ha habido mediocres, grandes señores, ladrones y demás elementos; es totalmente cierto. Pero, hoy, la mediocridad y la tiranía están instauradas en la raíz de las sociedades. Ya no se muere por amor, ni por principios, ni por los sueños, Hasta las artes viven adulteradas por un gran montaje que hace que los cantantes ya no sean artistas con una voz característica y un estilo único. Son aquellos que imitan mejor a los grandes; como, si reproducir fielmente un Velázquez o un Goya fuese tan meritorio como ser el propio Velázquez o Goya. La literatura predominante es aquella presuntamente histórica, proclive a convertirse en mala adaptación cinematográfica o serie de televisión. El cine, con más medios que antes, es en su mayoría un remake de los grandes clásicos o películas insulsas pero bien acogidas porque juegan con el mensaje social. Todo este batiburrillo va creando una generación de niños y jóvenes completamente perdidos en un mundo banal. Seres que pasan sus años más bellos con los ojos clavados en los ordenadores y los móviles, cuando no están borrachos hasta las cejas por beber sin un sentido lúdico concreto. En mi juventud, jugábamos con sustancias para buscar una inspiración, para asomarnos a otras puertas de percepción, por un desamor que nos había quebrado el alma. Hoy, la práctica de ingerir diferentes sustancias es la mayoría de las veces un hecho mecánico que sólo busca la huida y la banalización de la vida.

    En algún tiempo los escritores eran modelos para la juventud. Hoy los líderes a seguir son chicos que patean un balón, cuya finalidad es ser guapos y ricos, no inteligentes y sensibles. Una tristeza. Todos hemos tenido quince años. Ahora, esa mentalidad púber parece prolongarse hasta edades insospechadas, de tal modo que gente de veinte, treinta y cuarenta, parecen salidos de un mundo tonto y superficial. Todos queremos ser tan iguales, que hasta los maduros quieren ser como los jóvenes. Pero la clave está en ser uno mismo. En la singularidad está la riqueza. Cuando se fusionan los diversos dan lugar a relaciones ricas y hay escenarios fructíferos. Peo a esta sociedad le apesta todo lo que es diferente. Nos hemos vuelto intolerantes, aunque abogamos por la tolerancia con total hipocresía. Así las cosas, sólo nos queda la satisfacción de ser nosotros mismos. Ante tanto despropósito, lo mejor es necesitar poco para vivir, recurrir a belleza de la naturaleza, la magia de la música y la literatura, el afán eterno de aprender, amar constantemente y un alto grado de paciencia para no caer en la gran tristeza ante una sociedad cada vez más decrépita y desoladora.



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